En homenaje y memoria. Usando la letra de una hermosa canción de Juan Manuel Serrat. Esta semana conocí un dato tan sorprendente como engañoso. Resulta que en España residen más de 150 millones de gorriones comunes. Casi el triple que nosotros. ¡Buen tipo, el gorrión! Un pájaro simpático. Entre tierno y triste. Con el pelo marrón y una elegante mancha negra en el cuello, una corbata de pequeño señorito.
Muchos gorriones. Pero si se paran a pensar, convendrán conmigo en que de un tiempo a esta parte apenas se les ve por las calles de Ourense. Antes era frecuente encontrarlos de golpe, posándose cerca de ti en una terraza o en el parque, caminando a saltitos para marcharse también de improviso. Ahora es difícil verlos. Están como desaparecidos. Al parecer, esta progresiva disminución de su presencia también se percibe en otras ciudades. Algunos ornitólogos estiman que cada año se pierden en nuestro país casi un millón de ejemplares. A este paso pronto se habrán extinguido y ya no podrán tutearse con las nubes ni dormir en el rincón donde no llegan los gatos. Una pena.
En Londres no quedan gorriones. Tampoco en los naranjales de Sagunto. Los expertos afirman que esto ocurre por la excesiva limpieza de las calles. Ya no encuentran granos ni nada para picotear. Decía la nieta de Miguel Delibes que su abuelo, en Valladolid, todos los días finalizaba la comida construyendo bolitas con la miga del pan sobrante para alimentar a los petirrojos que siempre acudían a su ventana. Aún recuerdo su historia de Daniel, “el mochuelo”, aquel niño de la posguerra que debía dejar el pueblo para estudiar en la ciudad. Volando bajito, como los gorriones. “El camino” fue una de mis primeras lecturas en los interminables veranos de la adolescencia. Plena de valores y sincero amor por la naturaleza. Delibes, abogado del campo en la Academia Española de la Lengua, ¿qué será del cuco, el cárabo, el arrendajo y otros sonoros nombres de pájaros sin tu defensa? ¿Se extinguirán también del diccionario?
Otra de las hipótesis para justificar su paulatina extinción es la desigual competencia con las palomas, en franca expansión. Palomas, gordas, sucias y agresivas. Ratas del aire, les llama un buen amigo mío. Tan distintas a los discretos gorriones. Libres y aseados, no le venden al alpiste su color ni su canción. Buscan por ahí su lechuga sin molestar a nadie. Me gustan. No envidian al halcón, pero no quieren ser como los canarios. Mejor vivir siete años bebiendo el agua de los estanques que quince en cautividad. Escapando de la amenaza de plaguicidas y herbicidas, luchando contra la contaminación de los vehículos urbanos y la escasez de árboles y zonas verdes en las ciudades.
De balcón en balcón. También en los nuevos edificios, más rectos, sin cornisas propicias para instalarse. Alguien debería defenderlos. Se marchó Delibes, pero Serrat ha vuelto a ganarle en un hospital de Barcelona la batalla a la muerte. Él podría volver a cantarles junto a aquel nido seco y vacío de la Carrera de San Bernardo donde aún queda un hueco para la única patria que no necesita fronteras: la infancia.
Está a punto de llegar la primavera. El tiempo en el que anidan los gorriones. ¡Ojalá que vuelvan a poblar las plazas y las calles de nuestros campos y ciudades! Sería un motivo de esperanza en estos difíciles días.
Muchos gorriones. Pero si se paran a pensar, convendrán conmigo en que de un tiempo a esta parte apenas se les ve por las calles de Ourense. Antes era frecuente encontrarlos de golpe, posándose cerca de ti en una terraza o en el parque, caminando a saltitos para marcharse también de improviso. Ahora es difícil verlos. Están como desaparecidos. Al parecer, esta progresiva disminución de su presencia también se percibe en otras ciudades. Algunos ornitólogos estiman que cada año se pierden en nuestro país casi un millón de ejemplares. A este paso pronto se habrán extinguido y ya no podrán tutearse con las nubes ni dormir en el rincón donde no llegan los gatos. Una pena.
En Londres no quedan gorriones. Tampoco en los naranjales de Sagunto. Los expertos afirman que esto ocurre por la excesiva limpieza de las calles. Ya no encuentran granos ni nada para picotear. Decía la nieta de Miguel Delibes que su abuelo, en Valladolid, todos los días finalizaba la comida construyendo bolitas con la miga del pan sobrante para alimentar a los petirrojos que siempre acudían a su ventana. Aún recuerdo su historia de Daniel, “el mochuelo”, aquel niño de la posguerra que debía dejar el pueblo para estudiar en la ciudad. Volando bajito, como los gorriones. “El camino” fue una de mis primeras lecturas en los interminables veranos de la adolescencia. Plena de valores y sincero amor por la naturaleza. Delibes, abogado del campo en la Academia Española de la Lengua, ¿qué será del cuco, el cárabo, el arrendajo y otros sonoros nombres de pájaros sin tu defensa? ¿Se extinguirán también del diccionario?
Otra de las hipótesis para justificar su paulatina extinción es la desigual competencia con las palomas, en franca expansión. Palomas, gordas, sucias y agresivas. Ratas del aire, les llama un buen amigo mío. Tan distintas a los discretos gorriones. Libres y aseados, no le venden al alpiste su color ni su canción. Buscan por ahí su lechuga sin molestar a nadie. Me gustan. No envidian al halcón, pero no quieren ser como los canarios. Mejor vivir siete años bebiendo el agua de los estanques que quince en cautividad. Escapando de la amenaza de plaguicidas y herbicidas, luchando contra la contaminación de los vehículos urbanos y la escasez de árboles y zonas verdes en las ciudades.
De balcón en balcón. También en los nuevos edificios, más rectos, sin cornisas propicias para instalarse. Alguien debería defenderlos. Se marchó Delibes, pero Serrat ha vuelto a ganarle en un hospital de Barcelona la batalla a la muerte. Él podría volver a cantarles junto a aquel nido seco y vacío de la Carrera de San Bernardo donde aún queda un hueco para la única patria que no necesita fronteras: la infancia.
Está a punto de llegar la primavera. El tiempo en el que anidan los gorriones. ¡Ojalá que vuelvan a poblar las plazas y las calles de nuestros campos y ciudades! Sería un motivo de esperanza en estos difíciles días.
Por si quereis escucharlo, un video de Juanito.