
Ortega decía que el pensamiento humano es como el gorjeo en la garganta de los pájaros. Una experiencia gozosa en la que a veces apetece recrearse, contemplando paisajes que bordean el sueño. Vivimos tiempos, inundados de información, en los que todos fotografiamos todo lo que llega a la retina. Por eso estamos perdiendo la capacidad de pensar en imágenes. La poesía es una excelente herramienta para recuperar esa capacidad. Sobre todo cuando decide adentrarse entre las rendijas de la realidad aparente.
También, el sonido mismo de las palabras puede convertir la poesía en un divertido juego de ritmos y evocaciones. Más placentero aún que el que proporcionan las nuevas tecnologías. Para Tranströmer, la sonoridad es un elemento esencial de los poemas. No en vano el último Nobel de Literatura es también un músico que ejerce como tal: “La música es una casa de cristal en la ladera, donde vuelan las piedras, donde las piedras ruedan".
Hay quien sostiene que los buenos poetas son siempre zurdos, escriban con la mano que escriban, porque su cerebro dominante es el derecho. Particularidad que les dota de una visión distinta del mundo, menos previsible, más contemplativa... Tomas Tranströmer sufrió hace veinte años un ictus que le dejó paralizado el lado derecho del cuerpo e imposibilitado para el habla. Desde entonces, su único modo de expresión es la escritura en el ordenador y las obras de piano para la mano izquierda. Nunca imaginé que éstas últimas existieran, pero, al parecer, las hay en número suficiente para componer excelentes programas de conciertos.
A pesar de la precariedad de su estado físico, Tranströmer ha sido capaz de seguir ofreciendo “a través de sus imágenes condensadas y translúcidas, un acceso fresco a la realidad”. Por eso, la Academia le ha premiado con el Nobel y nos ha presentado sus antologías. En ellas, su pensamiento transita por los parajes más insospechados y también se complace en rememorar los momentos cruciales de la vida: “El recuerdo más temprano que puedo registrar es un sentimiento. Un sentimiento de orgullo. Acabo de cumplir tres años y alguien dice que ya soy grande…”
Memoria y poesía. Dicen que Internet, al ofrecerse como una enorme memoria externa, está reduciendo nuestra capacidad de construir estructuras estables de pensamiento. O sea, que cabe la posibilidad de que, en un futuro próximo, cuanto más listos sean los ordenadores, más tontos seamos nosotros. Por eso, como alternativa al lenguaje raquítico y al “mariposeo cognitivo” de Facebook y Twitter conviene leer, entre otras cosas, poesía. Para disfrutar con el cerebro derecho. El que tan bien exprime, con su virtuosa mano izquierda, Tomas Tranströmer.