Horas antes de morir, Dimitris Christulas, dejó pagado el alquiler del mes del piso en el que vivía. Después, el farmacéutico jubilado de 77 años, cogió el metro y fue hasta la plaza Sintagma para pegarse un tiro delante de sus compatriotas, “antes de acabar rebuscando comida entre la basura y dejar deudas a su hija”. No era una persona inestable. Era un hombre que durante toda su vida trabajó con honestidad, comprometido además con la justicia social, la igualdad, las asociaciones ciudadanas, el foro griego de indignados, el movimiento Den Plinoro…
Demasiado cercano a la historia y a la vida de muchos de nosotros como para no reflexionar sobre su violenta decisión. Y sobre la nota que desde su bolsillo suicida llamaba a los jovenes griegos sin futuro, a colgar de una soga en esa misma plaza de Atenas a los “traidores” que les estaban conduciendo a esa situación.
El miedo es líquido en la postmodernidad. La sensación de derrumbe, de falta de esperanza en un futuro mejor, de perdida inminente de aquello por lo que uno ha creido que merecía la pena vivir y trabajar, de ausencia de discurso, de una convincente explicación de lo que está pasando… El temor que infunden los tiempos que se acercan, en los que habrá muchos Christulas entre nosotros, la preocupación por lo que será de nuestros hijos en los próximos años por muy bien formados que estén… Todo esto es, en si mismo, un escenario de violencia, una guerra sin armas, sin frentes, sin ejercitos… Pero una guerra al fin y al cabo.
Una guerra rara, en la que no se distingue el enemigo. ¿Quién es? ¿Dónde se esconde? ¿Son los especuladores? ¿Es el monstruo financiero global que ha crecido ante nuestros ojos sin que hayamos hecho nada para pararlo? ¿Es la Europa burocrática, insolidaria e inútil en la que hemos puesto, sin pensar demasiado, todas nuestras complacencias? ¿Es el Rey que se permite el lujo de cazar elefantes sin nuestro permiso y con nuestro dinero? ¿Son los empresarios deshonestos, insaciables de dinero? ¿Son los obreros vagos e irresponsables? ¿Son los estudiantes que no estudian, que se revuelven cada día en la basura televisiva para perder lastimeramente el tiempo? ¿Son los políticos antiguos, esclerotizados, corruptos y populistas que tanto abundan? ¿Es la mierda cultural, vacia de pensamiento crítico, de reflexión minimamente profunda en la que hemos dejado caer a nuestro país, llenándolo de derechos y liberándolo de deberes y valores? ¿Ha sido nuestra blandura educativa y cultural la que nos ha llevado a esta imparable decadencia? ¿O el sindicalismo paternalista, obsoleto y hueco? ¿O unos medios de comunicación castrados en su independencia por los intereses de grandes o pequeños grupos empresariales?
¿Contra quién quería disparar el primer tiro de su Kaláshnikov, el bueno de Christulas? ¿Por qué con el suicidio del farmacéutico, no comenzó en Grecia la primavera griega como lo hizo en Túnez y el norte de África tras la inmolación del vendedor de frutas Mohamed Bouazizi? Demasiados objetivos, con muy diferente carga de culpa por supuesto, para enfocar con firmeza y convicción el punto de mira del fusil.
Nos falta un enemigo claro (¿o lo tenemos dentro?) para hacer la necesaria revolución. No hay Gadafis o Mubaraks a los que culpar y derrocar unidos en la esperanza colectiva de un orden nuevo. Por ahora sólo vemos nada. Y de “la nada, como decía el Rey Lear, no vendrá nada”.
El enemigo es difuso en las sociedades hasta ahora opulentas, que aún conservan vanamente la esperanza de mantener su cohesión y su forma de vida. ¿Qué hacer? No lo se, pero algo pasará y será violento como hasta ahora han sido todas las revoluciones de la historia. Necesarios desenlaces de la decadencia social y cultural de las naciones. Y mientras tanto, sólo nos queda trabajar en nuestro ámbito cotidiano, no tolerar tanto a quién no lo hace y mantener el valor de la rebeldía, acumulando piedras para cuando aparezcan las barricadas de verdad.
Demasiado cercano a la historia y a la vida de muchos de nosotros como para no reflexionar sobre su violenta decisión. Y sobre la nota que desde su bolsillo suicida llamaba a los jovenes griegos sin futuro, a colgar de una soga en esa misma plaza de Atenas a los “traidores” que les estaban conduciendo a esa situación.
El miedo es líquido en la postmodernidad. La sensación de derrumbe, de falta de esperanza en un futuro mejor, de perdida inminente de aquello por lo que uno ha creido que merecía la pena vivir y trabajar, de ausencia de discurso, de una convincente explicación de lo que está pasando… El temor que infunden los tiempos que se acercan, en los que habrá muchos Christulas entre nosotros, la preocupación por lo que será de nuestros hijos en los próximos años por muy bien formados que estén… Todo esto es, en si mismo, un escenario de violencia, una guerra sin armas, sin frentes, sin ejercitos… Pero una guerra al fin y al cabo.
Una guerra rara, en la que no se distingue el enemigo. ¿Quién es? ¿Dónde se esconde? ¿Son los especuladores? ¿Es el monstruo financiero global que ha crecido ante nuestros ojos sin que hayamos hecho nada para pararlo? ¿Es la Europa burocrática, insolidaria e inútil en la que hemos puesto, sin pensar demasiado, todas nuestras complacencias? ¿Es el Rey que se permite el lujo de cazar elefantes sin nuestro permiso y con nuestro dinero? ¿Son los empresarios deshonestos, insaciables de dinero? ¿Son los obreros vagos e irresponsables? ¿Son los estudiantes que no estudian, que se revuelven cada día en la basura televisiva para perder lastimeramente el tiempo? ¿Son los políticos antiguos, esclerotizados, corruptos y populistas que tanto abundan? ¿Es la mierda cultural, vacia de pensamiento crítico, de reflexión minimamente profunda en la que hemos dejado caer a nuestro país, llenándolo de derechos y liberándolo de deberes y valores? ¿Ha sido nuestra blandura educativa y cultural la que nos ha llevado a esta imparable decadencia? ¿O el sindicalismo paternalista, obsoleto y hueco? ¿O unos medios de comunicación castrados en su independencia por los intereses de grandes o pequeños grupos empresariales?
¿Contra quién quería disparar el primer tiro de su Kaláshnikov, el bueno de Christulas? ¿Por qué con el suicidio del farmacéutico, no comenzó en Grecia la primavera griega como lo hizo en Túnez y el norte de África tras la inmolación del vendedor de frutas Mohamed Bouazizi? Demasiados objetivos, con muy diferente carga de culpa por supuesto, para enfocar con firmeza y convicción el punto de mira del fusil.
Nos falta un enemigo claro (¿o lo tenemos dentro?) para hacer la necesaria revolución. No hay Gadafis o Mubaraks a los que culpar y derrocar unidos en la esperanza colectiva de un orden nuevo. Por ahora sólo vemos nada. Y de “la nada, como decía el Rey Lear, no vendrá nada”.
El enemigo es difuso en las sociedades hasta ahora opulentas, que aún conservan vanamente la esperanza de mantener su cohesión y su forma de vida. ¿Qué hacer? No lo se, pero algo pasará y será violento como hasta ahora han sido todas las revoluciones de la historia. Necesarios desenlaces de la decadencia social y cultural de las naciones. Y mientras tanto, sólo nos queda trabajar en nuestro ámbito cotidiano, no tolerar tanto a quién no lo hace y mantener el valor de la rebeldía, acumulando piedras para cuando aparezcan las barricadas de verdad.
bu-e-ni-si-mo!
ResponderEliminarla sociedad entontecida por las pantallas y por los gagtes multiples que el amo tira para distraernos unida a que los valores que organizaban el mundo hasta la fecha son una parte de lo que nos ha abocado a este desastre; guerra sin armas que hace años ya se ha desatado...lo que ocurria es que con la ceguera de los "nuevos ricos" se nos olvido lo fundamental para vivir...es o una catastrofe ya iniciada o la opcion de intentar que este modelo esta pasado que ya no sirve...lleno de anacronismos sin sentido...veremos que cestos con estos mimbres...
Extraordinario. Debes retomar tu pagina en La Región. Un abrazo. Gonzalo
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