Nunca he soportado las fronteras. Las patrias, las doctrinas, las naciones sólo han servido para incomunicar a los seres humanos y llenar de incomprensión y prejuicios los corazones. Pertenecer a un grupo, abrazar un credo, tranquiliza, nos aleja de la soledad que somos, pero nos envuelve en un letargo mental por el que asoman la enajenación y diversas formas de violencia. Por eso me encanta leer a aquellos que han combatido siempre las fronteras como el italiano Claudio Magris, un soldado literario contra el pensamiento y el sentimiento único. Os recomiendo el artículo en que otro de esos ilustrados de la civilización, Vargas Llosa, defiende desde su personal interpretación de Magris,el poder de la literatura para hacer mejores a los seres humanos.
“Las palabras son actos”, dijo Sartre. También Gabriel Celaya afirmó algo parecido, refiriéndose a la poesía, en un momento complicado de nuestra historia. Hoy en día, ese tipo de frases sólo son ciertas si el que habla o escribe no renuncia a la complejidad y al discurso matizado, alejado de etiquetas definidas, simples y maniqueas. Vivimos tiempos en el que el matiz por si sólo es políticamente incorrecto. Diría más, el matiz comienza a ser más transgresor que el exabrupto. Cambian los mundos, cambian los hombres.
Pero lo peor de esta postmodernidad simplista y embrutecedora es que aún quedan demasiados “parabolanos” disfrazados de defensores radicales de la Libertad con mayúsculas. Palabra que así escrita ahora ya me asusta.
Las palabras nobles sólo toleran las minúsculas. Así, en humildes y profundas minúsculas define Magris su amplia definición de la palabra “laico”: “es quién sabe abrazar una idea sin someterse a ella, quien sabe comprometerse políticamente conservando la independencia crítica, reírse y sonreír de lo que ama sin dejar por ello de amarlo; quien está libre de la necesidad de idolatrar y de desacralizar, quien no se hace trampas encontrando mil justificaciones ideológicas para sus propias faltas, quien está libre del culto a sí mismo”. Compleja definición escrita precisamente para que nadie esté completamente de acuerdo. En todo caso ser laico es algo más que tener una postura concreta ante las religiones. Es sobre todo atreverse a pensar con libertad.
Las palabras confortan, acercan, construyen, destruyen, alejan…, pero nunca son universales por muy bellas o sinceras que parezcan. Se nutren de la individualidad de quien las escribe, pronuncia o interpreta. Son nuestra mayor riqueza y, al tiempo, la demostración de la inmensa soledad que somos.
Cuando pienso en estas cosas y leo las noticias que dan cuenta del “nuevo” Código Ético del PP -enorme monumento a la hipocresía política más descarada-, no puedo por menos que rememorar el maltrato a la inteligencia, al pensamiento y a las palabras que Rajoy y su partido, llevan años perpetrando. Su hoja de servicios es enorme: conspiraciones múltiples, ausencia del más mínimo compromiso con el país que dicen defender, confrontación en vez de debate, falsas acusaciones como única arma dialéctica... Confianza ciega en que la rapidez y la levedad de los minúsculos tiempos políticos que vivimos, aleje de ellos el cáliz de sus vergüenzas sin asumir nunca responsabilidades ni errores. Por mucho que las encuestas hoy les conforten, este país no puede dar por válida esa lamentable forma de hacer política. Por muy mal que lo haga el PSOE –está por ver si el PP lo haría mejor-, Rajoy debe seguir perdiendo elecciones hasta que cambie. Hasta que su partido se homologue no con Berlusconi –ahora es a quién más se parece; véase a Camps, Fabra y compañía-, sino a Merkel o a Sarkozy. Conservadores que no hacen política de bajos fondos, que proponen un discurso matizado, en definitiva un discurso laico. Derechas responsables, con sentido de estado, que no desarrollan tácticas de tierra e instituciones quemadas con el único objetivo de, al precio que sea, llegar con piloto automático al poder. Se trata de aprovechar, como única estrategia, cualquier circunstancia para acentuar el desgaste inmediato del gobierno, sin pensar en los intereses generales del país ni molestarse en perfilar su supuesta alternativa. Mientras no cambien en su modo de hacer oposición, insisto, no debemos darles la opción de gobernar. Estaríamos bendiciendo un indeseable modo de comunicar políticamente con la ciudadanía que lleva camino de instalarse permanentemente entre nosotros.
Y además que nadie se engañe, sobre todo aquellos a los que el PP pretende llegar con argumentos espurios: su toma del poder conlleva que educación, sanidad, medio ambiente, cultura, protección social... pasen a segundo plano. Ved como ejemplo la acumulación de noticias que llegan de la Galicia de Feijoó, un posible sucesor de Rajoy que busca mostrar otros perfiles, pero que resulta ser, en los hechos, más de lo mismo.
Laicos de nuevo. ¡Quién nos diera a líderes conservadores como Sarkozy que proponen políticas razonables, de futuro, abiertas al debate, imaginativas, para hacer país desde el consenso político y ciudadano! Interesante su apuesta por el gran préstamo a sectores punteros, a la investigación, a la biotecnología, a la universidad, a las empresas que opten por un desarrollo sostenible. Aunque el endeudamiento público de Francia sea superior al de España, él tiene claro que lo que ahora toca es empujar la economía en una buena dirección. Muchas empresas españolas de construcción y energías renovables han entendido la solidez de la apuesta y están creando empleo en nuestro vecino país. Ahora bien, Sarkozy cuenta con la ventaja de no tener una oposición que sólo busca “el contra peor, mejor” y pone siempre palos en cada nueva rueda que se intenta poner en marcha. Sólo por el hecho de que es Zapatero el que la dirige. ¡Tan burdo, tan repetido que hasta el Rey se da cuenta y le pide al piloto automático que cambie por Navidad!
Dicho esto… ¿Y si ZP no vuelve a presentarse? Interesante reflexión de José Luis Álvarez en “La cuarta página” de El País que muchos compartimos. El actual presidente ha hecho muchas cosas por España y la historia lo reconocerá: una oposición constructiva cuando le tocó ese papel con pactos de gran importancia en política antiterrorista, los impensables hace pocos años avances en derechos sociales, la generosa contribución a la búsqueda de la paz en Euskadi con movimientos que, desde el riesgo, han dado como resultado el momento de esperanza que vive ese hermoso país vasco… Y otras cuestiones que el tiempo dejará apreciar.
Pero el coste de la confrontación permanente que ha sufrido y focalizado en su persona, sumado a claros errores en los tiempos previos a la crisis y en su actual gestión, a una cierta deriva oportunista y conservadora en esta última época y a la necesidad de un discurso ilusionante para el país que él ya no parece capaz de enhebrar, aconsejan que otra figura emerja con nuevos mensajes, con credibilidad renovada. Hay mucha gente en el PSOE capaz de ello y en buenas posiciones de salida: Rubalcaba, Pepiño Blanco (muy sólida y bien valorada su gestión en Fomento: véanse sus comparecencias a petición propia en el Parlamento para explicar sus medidas y la opinión de Xosé Lois Barreiro en La Voz de Galicia), Elena Valenciano, etc… En cualquier caso la decisión apremia.
Desde mi punto de vista, Zapatero haría bien en centrarse en la buena marcha de la Presidencia española de la CEE y permitir/ promover que otro inicie la carrera electoral e incluso capitalice sus propios éxitos europeos. Sería, sin duda, un buen y generoso broche a su extensa contribución a la política española.
Y para acabar, dar la bienvenida al proyecto del gobierno para equiparar a las empleadas del hogar con el resto de trabajadores a través de su cotización desde la primera hora de trabajo. (ver aquí: http://www.elpais.com/articulo/economia/empleadas/hogar/cotizaran/primera/hora/trabajada/elpepieco/20091221elpepieco_6/Tes) Justo y matizado. Laico. Oculto entre las noticias que informan de la enésima bronca política de aquellos para los que lo importante no este tipo de cuestiones sino la sacrosanta cohesión del grupo al que pertenecen. Con lazos de sangre, pensamiento y sentimiento únicos. No es casual el origen italiano de Magris.