Cuando así nos sentimos, dejamos de ser ecuánimes y eliminamos toda posibilidad de comprender las razones del otro. Que siempre tiene su parte de la verdad. Alguien dijo que el mundo se divide entre los que lo miran en blanco o en negro y los que transitan por la escala de grises. Estos últimos, a diferencia de los primeros, no necesitan cargarse de razón.
Hace una semana, en estas mismas páginas, un habitual colaborador del periódico, al que por otra parte tengo en muy buena estima, opinaba sobre las ONGs al hilo de la liberación de los cooperantes catalanes en el Sahel. En su apresurado análisis, etiquetaba a muchas de ellas como un conjunto de “inxenuidade redentorista etnocéntrica” y “espiríto burgués aventureiro”. Cargado de razón, abogaba por que las labores de ayuda al tercer mundo las asumiera íntegramente el Estado y, al tiempo, acusaba a estas organizaciones de acudir a él siempre que había dificultades. Una clara contradicción de la razón cargada, a la que añadía la excepción de la iglesia católica, quién, según él, actuaba a diferencia de las otras ONGs “sen paternalismos nin inxenuidades”.
Vivimos tiempos en los que parece obligado opinar sobre los temas de forma rápida y rotunda, empujados por las sensaciones más simplistas y, por tanto, más maniqueas. A eso se le llama ahora ser políticamente incorrecto. Primero se define la posición a argumentar y luego se engarzan los argumentos y se cargan las razones. Con lo que éstas son balas contra el que opina diferente, en vez de puentes para un análisis que pueda ser compartido: menos “aparente”, más aburrido quizás, pero siempre más útil y ajustado a la realidad.
La multiplicidad de ONGs es enorme y su tarea imprescindible en un mundo que dedica un porcentaje pírrico de sus presupuestos a restablecer la justicia con los más desfavorecidos. En ellas hay de todo, como en botica. También burgueses y paternalistas. Pero la inmensa mayoría de sus integrantes –católicos o no- dedican parte de su vida y su tiempo a la imprescindible tarea de la cooperación, sin esperar nada a cambio. No es de recibo analizar de forma tan simplista sus motivaciones. Sólo puede hacerse desde el desconocimiento de la materia. Algo a lo que estamos expuestos los que tenemos la peligrosa costumbre de poner negro sobre blanco cada semana nuestras reflexiones. Un pecado que debe ser perdonado sin penitencia alguna –Elvira Lindo pedía a sus lectores que “no dispararan nunca al indefenso columnista”-, pero que en este caso, un servidor se siente obligado a no dejar pasar, con todo el respeto, sin las necesarias matizaciones.
Reflejos de una época en la que, como Alberto Manguel afirma en su magnífico libro “La ciudad de las palabras”, “los valores de la superficialidad, simplicidad y rapidez son absolutos”. Así que en vez de cargarnos de razones no contrastadas, convendría volver a la “lentitud” del conocimiento, evitando la opinión impulsiva, arrastrada por cambiantes y aleatorias corrientes. ¿El hecho de ser catalanes los cooperantes, en vez de por ejemplo extremeños, habrá influido en la valoración que han hecho de las circunstancias de su liberación "influyentes" medios de fuera de Cataluña?
Volviendo a Manguel, frente al “elogio de la facilidad” están la profundidad y el rigor para adentrarse sin prejuicios en los temas que nos ocupan. Sin buscar las adhesiones viscerales y el aplauso fácil que concita la aparente incorrección de la simplicidad indocumentada. Dicho de otro modo, es hora de buscar tratamiento para esa enfermedad del oído contemporáneo que no sólo nos impide escucharnos los unos a los otros, sino que además no nos deja enterarnos de lo que en realidad está ocurriendo. Cuyo síntoma más relevante es la necesidad de cargarse de razón para sentirse confortado y falsamente seguro en la oscuridad que, con frecuencia, nos rodea.
Hace una semana, en estas mismas páginas, un habitual colaborador del periódico, al que por otra parte tengo en muy buena estima, opinaba sobre las ONGs al hilo de la liberación de los cooperantes catalanes en el Sahel. En su apresurado análisis, etiquetaba a muchas de ellas como un conjunto de “inxenuidade redentorista etnocéntrica” y “espiríto burgués aventureiro”. Cargado de razón, abogaba por que las labores de ayuda al tercer mundo las asumiera íntegramente el Estado y, al tiempo, acusaba a estas organizaciones de acudir a él siempre que había dificultades. Una clara contradicción de la razón cargada, a la que añadía la excepción de la iglesia católica, quién, según él, actuaba a diferencia de las otras ONGs “sen paternalismos nin inxenuidades”.
Vivimos tiempos en los que parece obligado opinar sobre los temas de forma rápida y rotunda, empujados por las sensaciones más simplistas y, por tanto, más maniqueas. A eso se le llama ahora ser políticamente incorrecto. Primero se define la posición a argumentar y luego se engarzan los argumentos y se cargan las razones. Con lo que éstas son balas contra el que opina diferente, en vez de puentes para un análisis que pueda ser compartido: menos “aparente”, más aburrido quizás, pero siempre más útil y ajustado a la realidad.
La multiplicidad de ONGs es enorme y su tarea imprescindible en un mundo que dedica un porcentaje pírrico de sus presupuestos a restablecer la justicia con los más desfavorecidos. En ellas hay de todo, como en botica. También burgueses y paternalistas. Pero la inmensa mayoría de sus integrantes –católicos o no- dedican parte de su vida y su tiempo a la imprescindible tarea de la cooperación, sin esperar nada a cambio. No es de recibo analizar de forma tan simplista sus motivaciones. Sólo puede hacerse desde el desconocimiento de la materia. Algo a lo que estamos expuestos los que tenemos la peligrosa costumbre de poner negro sobre blanco cada semana nuestras reflexiones. Un pecado que debe ser perdonado sin penitencia alguna –Elvira Lindo pedía a sus lectores que “no dispararan nunca al indefenso columnista”-, pero que en este caso, un servidor se siente obligado a no dejar pasar, con todo el respeto, sin las necesarias matizaciones.
Reflejos de una época en la que, como Alberto Manguel afirma en su magnífico libro “La ciudad de las palabras”, “los valores de la superficialidad, simplicidad y rapidez son absolutos”. Así que en vez de cargarnos de razones no contrastadas, convendría volver a la “lentitud” del conocimiento, evitando la opinión impulsiva, arrastrada por cambiantes y aleatorias corrientes. ¿El hecho de ser catalanes los cooperantes, en vez de por ejemplo extremeños, habrá influido en la valoración que han hecho de las circunstancias de su liberación "influyentes" medios de fuera de Cataluña?
Volviendo a Manguel, frente al “elogio de la facilidad” están la profundidad y el rigor para adentrarse sin prejuicios en los temas que nos ocupan. Sin buscar las adhesiones viscerales y el aplauso fácil que concita la aparente incorrección de la simplicidad indocumentada. Dicho de otro modo, es hora de buscar tratamiento para esa enfermedad del oído contemporáneo que no sólo nos impide escucharnos los unos a los otros, sino que además no nos deja enterarnos de lo que en realidad está ocurriendo. Cuyo síntoma más relevante es la necesidad de cargarse de razón para sentirse confortado y falsamente seguro en la oscuridad que, con frecuencia, nos rodea.
Este artículo fue escrito y publicado en La Región de Ourense como una reflexión de carácter general, "inducida" por un artículo publicado el 4/9/2010 en el mismo periódico sobre las ¿ONGS? en el contexto de la liberación de los cooperantes. Otros muchos peores y con mucha peor intención hablaron de "turismo solidario" y otras lindezas... Este no va más allá de una opinión a mi modo de ver simplista y errónea. Fácil opinar desde la seguridad de casa, con la conciencia cubierta al cargar al estado con la responsabilidad de cooperar (eso si que es lo del "papá estado"). Pero juzgar desde la banalidad -y la falta de valor o generosidad para trabajar en persona por los mas necesitados, más allá de dar algo de dinero en el cepillo de misa o en la hucha del Domund-, me parece inadmisible. Al menos deberían tener la decencia de callarse.
En cualquier caso, lo que quería decir realmente, lo digo en el primer párrafo y en el último. No me gustan los que se cargan de razón. Cuando lo hacen generalmente no la tienen.
Cargados de razón… Pero a todos nos pasa lo mismo, cierto que a unos más que a otros, o se nos nota menos.
ResponderEliminarRespecto a las ONGD, hay muchas cosas que habría que mejorar en su funcionamiento y ante todo en su concepto, aun contando con su pluralidad. En esas estamos, vienen bien las crisis para replantearte las cosas.
Pero a los que estamos comprometidos con ellas nos sabe muy mal los comentarios de esos colaboradores y tertulianos que se les nota que no tienen ni idea y que únicamente quieren que no se escape ni un euro de su país, de su región, de su ciudad, de su … bolsillo.
Y yo no quiero que todo lo haga el papá estado. La socialdemocracia no hace más que adormecer los movimientos sociales, y cuando vienen los recortes (Zapatero es un magnífico ejemplo) estamos todos agilipollaos. (otro ejemplo la huelga general).
Luis, de Logroño
Cierto, a unos más que a otros.
ResponderEliminarTiempos dificiles. Sobre todo para los que llegan, los jovenes, los inmigrantes, los cooperantes...
Efectivamente, si aún en tiempos de "vacas gordas" nos cuesta acordarnos y echar una mano a los desfavorecidos,que decir cuando hay crisis, nos hacemos más ruínes y nos "dessolidarizamos" aún más, temiendo perder nuestro bienestar y olvidándonos,e incluso despreciando,a los que nos necesitan y, lo que es peor, a quienes generosamente,intentan ayudarles.Eso sí,no nos importa atiborrar a nuestros niños con caprichos de todo tipo en lugar de sensibilizarlos con los desfavorecidos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Fijate en el presupuesto de 2011 de la Xunta de Galicia para Cooperación para el desarrollo. Ha disminuido a niveles rídiculos por debajo del 0.11%. O sea que sin las ONGs, el tercer mundo "al pairo" y el injusto orden mundial sin siquiera la mínima solidaridad.
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