
Su actitud, la forma en la que se había comportado durante todo el día, fue normal. Incluso habíamos coincidido en algunos tramos de la marcha y hablado de la importancia de mantener durante toda la vida algún tipo de actividad física, de practicar deporte de forma regular, de no dejarse caer en la monotonía. Mientras subíamos al autobús de vuelta a Ourense me confesó que padecía Alzheimer. Me lo dijo sin perder la sonrisa.
Hace unas semanas, en La Rioja, comunidad autónoma que lidera en España la gestión de la Dependencia, pude ver “Poesía”, una película del director coreano Chandong Lee, ex ministro de cultura de ese país asiático. El personaje principal es una abuelita deliciosa, frágil, coqueta y elegante que cuida su vestuario con extremo cuidado. Lleva una vida dura. Vive con su nieto adolescente, aquejado del endémico autismo social que se ceba en ese grupo de edad de los países “pudientes”. Colgados siempre de alguna pantalla. Mija, la abuela, se responsabiliza de él, ya que la hija, soltera, trabaja en otra ciudad. La economía del peculiar núcleo familiar, se basa en su pequeña pensión de viudedad complementada con el dinero extra que obtiene del cuidado de un anciano discapacitado. Aún así, disfruta de las pequeñas cosas y cada día florece con sus vestidos estampados. Ha decidido aprender poesía. Para ello recibe clases en el taller literario de un centro cívico de Seúl, ilusionada con escribir pronto su primer poema. Y mientras se instruye para enhebrar las palabras, las palabras se le van olvidando.
La demencia llega sin avisar, oculta en los pequeños olvidos. Hasta que un día se descubre en el espejo o en alguna conversación. Y alguien luego le pone la etiqueta. Pero nada detiene el camino de Mija. Su determinación para disfrutar de la libertad, mientras dure, es firme. El tiempo deja, para ella, de ser el elemento que todo lo enmarca en el transcurrir de los días. Y comienza a mirar la vida como lo hacen los poetas y el buen cine:”viendo bien las cosas, de verdad, sin prisa”. La película finaliza con su espléndido primer poema, todo un canto a la vida en plenitud. A la belleza recién descubierta.
El Alzheimer no es el final. Se presenta con diferentes ritmos para cada uno. Con distintos modos y matices. Con posibilidades, en muchos casos, para seguir aprendiendo, amando, disfrutando... Con un camino por delante que requiere nuestra compañía. Desde la naturalidad. Con el compromiso social que sea necesario. No es buen índice de nuestro nivel de desarrollo como Comunidad, que Galicia esté por debajo de la media estatal en el gasto por habitante dedicado a la financiación de la Dependencia.
El martes, la Asociación de Mujeres Empresarias y AFAOR proyectaron en Ourense el admirable documental “Bicicleta, cuchara, manzana” en el que la familia Maragall muestra los diferentes ángulos del Alzheimer de una forma desdramatizada, cercana y no exenta de buen humor. Sin buscar la lágrima fácil, muestra lo esencial de esta enfermedad: la superación del drama, las brechas anímicas, la enorme carga física y mental de la familia, la importancia de las manifestaciones físicas de cariño…
Mija, Pascual, el amigo de la “andaina”… Y tantos seres anónimos recorriendo el camino de vuelta de la memoria. A veces, a nuestro lado. Otras, demasiado solos.