Todo lo que ustedes quieran. Pero alguien tenía que contarlo. Sólo para el que quiera conocer lo que pasó en el genocidio ideológico de la dictadura en sus primeros años. Los demás pueden abstenerse. Nadie les culpará por ello. Por eso le perdono a Zambrano su mirada de brocha gorda. Muy distinta pero igual de necesaria que el matizado discurso moral de “Pá Negre”.
Y tiene derecho a contarlo así. Con todos los defectos narrativos que suele tener el testimonio puro y duro de los hechos acaecidos. Desde el dolor de las víctimas olvidadas. Recordando el terror y la vana esperanza que rodeaban a las terribles “sacas” del franquismo. Llenando de calor y compañía solidaria los últimos días de las ya condenadas a muerte por el simple hecho de pensar distinto. Y tiene derecho a exprimir, contando la verdad dormida, la bilis negra de los herederos de aquellos verdugos, que siguen creyendo, aún hoy, que el poder absoluto es suyo, que los rojos son sólo una anomalía en la historia de España, que hay que arrojarlos al desván del olvido, al desprecio o al infierno. Con sus hijos y sus nietos callados para siempre.
Además, dentro del drama hay una flor llena de gracia: María León. Una joya del sur con ojos de almendra. Como los de las reinas del antiguo Egipto. En ella están expresados todos los matices que faltan en el resto de personajes (con la otra excepción de la samaritana carcelera). Encanto, ternura, credibilidad, lenguaje popular que suena limpio y natural. Tan cercano como conmovedor. La otra cara de la moneda de su hermana Inma Cuesta, a la que le toca apechugar con el personaje que más chirría, excesivamente ideologizada en su papel de heroína central, siempre hermosa y maquillada, entre el grupo coral de mujeres despeinadas y cubiertas de harapos que esperan a la muerte negra. Desde las vísceras, un sobresaliente. Desde el cine, sólo un 7.
“No habrá paz para los malvados” de Enrique Urbizu. El polo opuesto de la anterior película, otra muestra más de la diversidad temática y de estilo del escaso cine español de calidad en este año. Sin subrayados, sin necesidad de juicios o prejuicios éticos, con pocas palabras, es la acción trepidante la que marca el discurso. Cine negro español del bueno.
Con un personaje clásico, al tiempo héroe y villano, corrupto en las formas y profundamente honesto en el fondo: José Coronado haciendo de Santos Trinidad –un nombre que lo dice todo-. Colocado en la sombras de la marginalidad, arropado por una excelente atmósfera visual y narrativa, el actor hace, a mi juicio, el mejor papel de su larga carrera. El de un tipo duro, sin esperanza alguna, hundido en el lodo de sus propias miserias pero capaz de llenar de doliente humanidad cada paso de sus botas de punta y cada sorbo del cubata de ron que le proporciona la energía para morir matando. Bien medida en su metraje y su desarrollo, sin más alardes narrativos y efectos especiales de los necesarios, la película mantiene al espectador encogido e implicado en una guerra salvaje de cazadores cazados. Mostrando el relativismo de los códigos morales instituidos y sugiriendo en cada personaje secundario (excelente la figura del compañero policía) alguna pincelada distintiva que enriquece el negro universo que Urbizu dibuja con un oficio y una honestidad que merecen premio. Un 8.
“La chispa de la vida” de Alex de la Iglesia. Dice el director que la película está hecha de rabia y venganza. Seguramente es cierto. Y que tiene muchos momentos de ese humor amargo que destila toda su obra y la caracteriza. De esos que te hunden en la miseria de la butaca. Secuencias rotundas en las que aplasta a sus personajes con la más dolorosa indignidad y el oprobio más absoluto: como el payaso bueno y enamorado de “Balada triste de trompeta” hundido en el lodo de su desnudez enloquecida y, en esta ocasión, el parado José Mota ridículo con su traje mojado, limosneando un empleo en los despachos acristalados de los límpidos edificios donde el capitalismo sin alma se esconde. Nadie mejor que Alex de la Iglesia para demostrar que “a perro flaco todo son pulgas”.
Ahora bien, en esta película de encargo, con guión ajeno, le sale una historia lineal, aburrida, sin más sorpresas que algún artificial golpe de efecto de los suyos. Con un discurso real y actual, pero maniqueo y lleno de burdo populismo. A lo largo de la trama sólo hay subrayados, el desarrollo de la acción no aporta nada nuevo a la presentación... y el desenlace, tampoco. Por eso, el ácido estrambote valleinclanesco que Alex vuelve a montar en este film, se queda vacio y suena a chiste malo y redundante. En ese contexto, la interpretación de José Mota no es influyente en el conjunto y, por tanto, resulta igual de prescindible. Lo mejor, Salma Hayek, cuya mirada de valiente dignidad al salir, acompañada por su gótico hijo y su empollona hija, del teatro donde su marido ha oficiado la muerte anunciada del modelo del país en el que hemos vivido hasta ahora, bien vale esperar hasta el final de esta obra menor y, a mi modo de ver fallida, del director bilbaíno. Un 5 pelado.
“La piel que habito” de Pedro Almodóvar. Una película compleja, arriesgada, que, buscando el más difícil todavía en el artista de circo que es el director manchego, bordea lo grotesco para crear imágenes distintas y personajes poderosos desde nuevos modelos narrativos. Que, en todo caso, beben de las fuentes clásicas y demuestran un conocimiento profundo del cine y de su historia.
Entiendo, por tanto, que esta película al menos, merece ser valorada no como una obra aislada, sino en el contexto de toda una carrera cinematográfica apostando por el riesgo y la innovación. Es cierto que en muchos momentos dan ganas de abandonar la gélida y atormentada historia que Almodóvar propone, esta vez sin sus típicos descansos de comedia entreverada. Es verdad que la trama se retuerce en exceso a medida que se descubren sus claves y que, por eso puede resultar forzada e incluso ridícula. Pero está llena de trabajo en cada fotograma, de detalles de excelencia en la fotografía, la textura de las imágenes, la música, la puesta en escena... Y, en su conjunto, supone un admirable intento por desarrollar de otro modo, desde la propia personalidad del autor y con la obligada dosis de modernidad que conlleva la creación artística, algunos de los temas universales del cine y la literatura: la identidad y su vulnerabilidad, la fascinación por el poder absoluto que supone transformar por completo y dominar desde la piel hasta el alma a otro ser humano…
También, en esta piel habitada, se exploran el instinto de supervivencia -omnipresente en la obra de Almodóvar-, la venganza como el gran motor de la tragedia, el corazón de la bestia, la sabiduría de la espera… “Frankestein”, Fritz Lang, “La metamorfosis”, Kafka, Elías Canetti, el “Libro de los muertos”…, desfilan por esta inclasificable película que no enamora por lo excesivamente rebuscada que es, por la austeridad expresiva de sus personajes, por estar a medio camino entre el terror, el thriller y el relato moral... Pero que no está ni hueca ni hinchada ni impostada –estoy en completo desacuerdo con Boyero-, porque ha sido construida desde la honestidad creativa. Sin dosis alguna de comercialidad –más allá de la figura mediática que siempre acompaña a Almodóvar y que él sin duda aprovecha-.
Extraordinaria la natural expresividad interpretativa de Elena Anaya (merecedora del Goya de este año a mi juicio). Especialmente brillante la última escena en la tienda de las Ruas de Compostela: todo un canto a la vida. Indestructible, como el buen cine. Un 8.5.
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