Que duelen en los ojos al intentar abarcarlas. Desoladas y, al tiempo, solemnes. Monótonas y, sin embargo, sutiles y rebosantes de belleza. Namibia, un país para mirar sin descanso. Todos los colores, las infinitas formas geométricas, una luz cegadora..: la naturaleza completamente desnuda en un enorme territorio, con una superficie superior a la de España e Italia juntas. En la que viven apenas dos millones de personas. Desiertos rojos pintados de hierro, blancos de sal, dorados, grises... Formaciones volcánicas, columnas de basalto, piedras magmáticas como setas enormes que surgen de la tierra y conforman paisajes inverosímiles, uno de los subsuelos más ricos en minerales (uranio, diamantes...) de África que debiera procurar al país un futuro prometedor... Y de vez en cuando, indefenso a la mirada del viajero, en medio de la nada, un animal que busca en la tierra más árida del mundo una gota de agua caída de la niebla, una migaja de hierba para sobrevivir sólo un tiempo más.
Namibia, ancestralmente poblada por etnias y tribus adaptadas a los rigores de su inclemente naturaleza, es hoy parte del África blanca. Descubierta en el siglo XV por el navegante portugués Bartolomeu Dias, permaneció inexplorada hasta la llegada de los alemanes en 1840. Fueron ellos los primeros que explotaron sus enormes riquezas minerales y, en los albores del siglo XX, desataron la fiebre de los diamantes namibios. Menos conocida que la del oro en el Oeste norteamericano, pero tan fascinante como ella. Hubo tiempos en los que cualquier aventurero que se arriesgara a adentrarse en el desierto del Namib, podía encontrar a ras de suelo, enormes piedras preciosas para llevarse y hacerse rico. Todavía pueden verse desde el aire, semienterradas en la arena, entre el inmenso mar de dunas, los restos de las ciudades fantasma que se levantaron en aquellos años, tan lujosas y sofisticadas como las gemas a las que daban cobijo. Imprescindible el vuelo en avioneta para disfrutar de la sensación de soledad y paz que ese desierto, observado desde el cielo, transmite. Con el recuerdo, para mí, de las memorables escenas aéreas de "El paciente inglés" de Anthony Minguella, que aunque no rodadas en Namibia, inducen similares percepciones.
Alemania, expulsada tras la Primera Guerra Mundial de la entonces llamada África del Sudoeste, conserva una gran presencia en las ciudades de la costa namibia. Sorprende llegar a Swakopmund o a Walvis Bay y encontrar anchas avenidas flanqueadas de edificios de corte centroeuropeo, que bien pudieran estar en Bremen, por ejemplo. Y, aún sorprende más, tropezar con jubilados alemanes comprando en limpios y ordenados supermercados a su servicio. Con muy pocos negros a su alrededor. Namibia también sufrió el "apartheid" desde su entrega a Sudáfrica por la Sociedad de Naciones -allá por los años veinte del pasado siglo- hasta su reciente independencia en 1990. Con la llegada al poder del SWAPO, la antigua y supuestamente revolucionaria guerrilla, el apartheid se abolió legalmente, pero de hecho, aún hoy, los negros siguen viviendo, en su mayoría, en los barrios que circundan las ciudades. Y los avances sociales llegan para ellos a cuentagotas, como si el SWAPO -partido único "de facto" en el país-, una vez alcanzada y consolidada su hegemonía, mantuviera un pacto de status quo con las élites blancas, que con ello conservan gran parte de sus privilegios y sus enormes granjas latifundistas.
Pero volvamos a la vibrante naturaleza de Namibia. Al rojo Kalahari de conmovedores atardeceres, a los enormes elefantes del desierto recorriendo sin cesar siempre los mismos caminos de ida y vuelta -en busca de la escasa agua que les mantiene vivos-, a los leones de Etosha, al Estenocora -el increible escarabajo de las dunas que vive del rocío- al paisaje redondo de Damaraland, a las inmensas colonías de focas a orillas del gélido Atlántico -donde la vida y la muerte diaria de cientos de crías se dan cita cotidiana en un tan cruel como necesario equilibrio ecológico-... A las figuras recortadas en el horizonte de las gráciles gacelas, a los organizados nidos de los tejedores sociales... Y al encuentro con la etnia herero, cuyas mujeres fueron obligadas a vestirse como damas victorianas por los misioneros y ahora llenan de color y volantes el árido entorno en el que viven. O con las mujeres himba, desnudas, con toda la piel cubierta de barro rojo, paseando con naturalidad por los caminos o vendiendo en las ciudades sus escasas artesanías junto a los varones de su etnia. Vestidos, ellos sí, con ropa occidental.
Más difícil es el contacto con los tímidos bosquímanos -los sonrientes protagonistas de la divertida "Los dioses deben estar locos", rodada en el Kalahari por Jamie Uys en los años ochenta-, relegados ahora a la periferia de las reservas de caza y amenazados en sus costumbres por la insaciable civilización -el disecado negro de Bañolas es un bosquimano que simboliza el desprecio del hombre blanco a esta vieja etnia de cazadores/ recolectores-. Pero, aún así, capaces de transmitir a sus jóvenes hijos la inteligencia y las artes tradicionales para arañar de la dura tierra aquello que necesitan para vivir, sin herirla con su rastro. Y para conservar su raza, evitando con su espíritu nómada la destructiva consanguinidad que ha terminado con otras razas como la suya..
Namibia: un paseo abrumador por parajes bellísimos que por momentos aturden al viajero que los descubre, como a Stendhal supongo le ocurrió al visitar por primera vez la Florencia renacentista. Una paleta de pintor llena de colores que varían en minutos con el permanente e impredecible juego del viento, con el tránsito diario por las luces y las sombras. Potentes recuerdos visuales de las dunas gigantes de Sossusvlei, de la enigmática laguna muerta... De las noches serenas colmadas con las estrellas que conforman la mágica cúpula del hemisferio sur y que, por momentos, parecen alcanzarse con la punta de los dedos. Namibia: un lugar en el que caben todas las inmensidades.
Namibia: un paseo abrumador por parajes bellísimos que por momentos aturden al viajero que los descubre, como a Stendhal supongo le ocurrió al visitar por primera vez la Florencia renacentista. Una paleta de pintor llena de colores que varían en minutos con el permanente e impredecible juego del viento, con el tránsito diario por las luces y las sombras. Potentes recuerdos visuales de las dunas gigantes de Sossusvlei, de la enigmática laguna muerta... De las noches serenas colmadas con las estrellas que conforman la mágica cúpula del hemisferio sur y que, por momentos, parecen alcanzarse con la punta de los dedos. Namibia: un lugar en el que caben todas las inmensidades.
Ya apuntaban maneras.
ResponderEliminarLos caballeros teutones llegaron tarde al reparto colonial del siglo XIX y lo hicieron con el colmillo retorcido. Tuvieron el honor de engrosar la lista de la infamia universal cometiendo el primer genocidio del siglo XX en Namibia: el de las tribus de los hereros. No solo se trataba de arrebatarles lo que era suyo, también había que erradicarlos de la faz de la tierra como si fuesen alimañas. La semilla quedaba plantaba. Solo harían falta unos cuantos años y una guerra mundial por el medio para lograr otro galardón: el genocido con técnicas industriales.
No sólo los alemanes. Todos los que pudieron sacaron provecho de Africa, incluyendo a los dictadores africanos. Ahora han aterrizado los chinos y, en nada lo harán los nuevos países emergentes de Asia. Dicho esto, me parece preciosa la descripción de Chechu. Creo que, después de Kapuscinski, nadie ha mostrado la verdadera cara de Africa en la forma que lo ha hecho el fallecido reportero.
ResponderEliminarQué forma tan admirable de enlazar la experiencia estética y el pensamiento crítico hasta complementarse y convertirse en una única dimensión: la de lo humano que sueña lo que quiere que sea su mundo (casi una constante en tus comentarios).
ResponderEliminarEs, sin duda, un luminoso claro abierto en tanta presente inmundicia; en tanto confuso enredo de miserias morales.
Felicidades Chechu, que manera más bonita de reflejar el viaje con tus comentarios, las fotos elegidas ...me siento orgullosa de haberte tenido como compañero. He podido volver a vivir cada momento: la inmensidad de los espacios, los colores percibidos, las luces, las sombras, los vientos, las brisas, la fauna...y como no, de vuestra compañía y la de todo el grupo, con los que pudimos compartir esta magnífica experiencia. Espero coincidir de nuevo con vosotros.
ResponderEliminarSigue así.
Loli
Gracias a todos. Gracias Loli por tus hermosas palabras y por lo fácil, alegre y armonioso que fue el viaje con toda la generosa gente de Alcoy y con todos los demás compañeros. Esperando ya la próxima ocasión en que podamos viajar juntos de nuevo. Y que no tarde mucho...
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