Ocurre que por primera vez desde la restauración democrática, hay en Euskadi un amplio acuerdo en política antiterrorista entre la inmensa mayoría de la sociedad civil y los tres partidos fundamentales: PNV, PSE y PP. Un acuerdo que se reproduce, aunque con demasiados enemigos y frecuentes tormentas, a nivel estatal. El discurso es sencillo: o ETA deja las armas o Batasuna deja a ETA. Sin ello, no será posible la presencia de Otegi y sus muchachos en los próximos procesos electorales.
Pues bien, esta unanimidad alcanzada tras mucho esfuerzo no debe ponerse en peligro por nada del mundo. Y mucho menos por declaraciones inoportunas o extemporáneas que puedan agitar la inefable caverna política y mediática del nacionalismo español excluyente.
Se equivoca Felipe González sacando a pastar viejas historias de abuelo cebolleta y sórdidos relatos de espías y bombardeos imposibles. Debería haber calculado que a cambio del crecimiento de su aureola ética, renacerían los fantasmas del GAL entre los de siempre: los que temen que se les acabe el negocio político del antiterrorismo como consigna interminable. Aquellos que tantas veces han puesto minas en los caminos que pudieran conducir al final de la violencia en el País Vasco. O sea los Mayor Oreja y compañía.
También se equivoca Jesús Eguiguren, cuando predice en un programa de televisión que la tregua definitiva de ETA se producirá antes de Navidad y airea su relación personal con Josu Ternera. Con ello nada consigue y, por el contrario, da alas a los que aprovechan esas declaraciones para acusarle de ser amigo de los terroristas. A los que tergiversan su obligatoria participación como testigo de la defensa en el juicio contra el líder de Batasuna. Ninguno de esos constitucionalistas de salón y tertulia lleva escolta como él, ni ha asistido con la corbata negra a los funerales de sus mejores amigos (Isaías Carrasco, Enrique Casas…) asesinados por ETA..
Pero quien merece mayor censura es el que sigue atizando las cenizas de la vieja guerra sucia sólo para debilitar a Zapatero y Rubalcaba, sin preocuparse de las gratuitas ventajas que ello pueda deparar a los violentos. Y es que el Partido Popular tiene un doble discurso en Euskadi y en Madrid. Pacto en el primero y bronca en el segundo. De Borja Sémper, presidente del PP en Guipuzcoa -“miro a la espalda de Eguiguren y no veo etarras, solo escoltas como en la mía”- a Cospedal y González Pons -de nuevo con el señor X, el caso Faisán o el contubernio del 11-M- hay un buen trecho. Es sabido que el partido tiene una clientela que alimentar periodicamente con estos mensajes. Pero esos votos de ultraderecha cautiva, que cada día comulgan en los nuevos canales de TDT con un triste periodismo de rebato y trinchera, no merecen dificultar la labor de su compañero Basagoiti.
Ningún enredo táctico, electoral o personalista debe poner en peligro un escenario tan delicado y esperanzador como el que estamos viviendo en Euskadi. Y que tan bien encaminado está. Es necesario asumir que el final de ETA será una conquista de todos. Nadie puede patrimonizarlo habiendo tanto dolor por el medio. Tanto que para el auténtico final aún queda mucho tiempo. Javier Vitoria, teólogo del seminario de Bilbao, afirma que se necesitarán cien años para completar la reconciliación entre los vascos.
Pues bien, esta unanimidad alcanzada tras mucho esfuerzo no debe ponerse en peligro por nada del mundo. Y mucho menos por declaraciones inoportunas o extemporáneas que puedan agitar la inefable caverna política y mediática del nacionalismo español excluyente.
Se equivoca Felipe González sacando a pastar viejas historias de abuelo cebolleta y sórdidos relatos de espías y bombardeos imposibles. Debería haber calculado que a cambio del crecimiento de su aureola ética, renacerían los fantasmas del GAL entre los de siempre: los que temen que se les acabe el negocio político del antiterrorismo como consigna interminable. Aquellos que tantas veces han puesto minas en los caminos que pudieran conducir al final de la violencia en el País Vasco. O sea los Mayor Oreja y compañía.
También se equivoca Jesús Eguiguren, cuando predice en un programa de televisión que la tregua definitiva de ETA se producirá antes de Navidad y airea su relación personal con Josu Ternera. Con ello nada consigue y, por el contrario, da alas a los que aprovechan esas declaraciones para acusarle de ser amigo de los terroristas. A los que tergiversan su obligatoria participación como testigo de la defensa en el juicio contra el líder de Batasuna. Ninguno de esos constitucionalistas de salón y tertulia lleva escolta como él, ni ha asistido con la corbata negra a los funerales de sus mejores amigos (Isaías Carrasco, Enrique Casas…) asesinados por ETA..
Pero quien merece mayor censura es el que sigue atizando las cenizas de la vieja guerra sucia sólo para debilitar a Zapatero y Rubalcaba, sin preocuparse de las gratuitas ventajas que ello pueda deparar a los violentos. Y es que el Partido Popular tiene un doble discurso en Euskadi y en Madrid. Pacto en el primero y bronca en el segundo. De Borja Sémper, presidente del PP en Guipuzcoa -“miro a la espalda de Eguiguren y no veo etarras, solo escoltas como en la mía”- a Cospedal y González Pons -de nuevo con el señor X, el caso Faisán o el contubernio del 11-M- hay un buen trecho. Es sabido que el partido tiene una clientela que alimentar periodicamente con estos mensajes. Pero esos votos de ultraderecha cautiva, que cada día comulgan en los nuevos canales de TDT con un triste periodismo de rebato y trinchera, no merecen dificultar la labor de su compañero Basagoiti.
Ningún enredo táctico, electoral o personalista debe poner en peligro un escenario tan delicado y esperanzador como el que estamos viviendo en Euskadi. Y que tan bien encaminado está. Es necesario asumir que el final de ETA será una conquista de todos. Nadie puede patrimonizarlo habiendo tanto dolor por el medio. Tanto que para el auténtico final aún queda mucho tiempo. Javier Vitoria, teólogo del seminario de Bilbao, afirma que se necesitarán cien años para completar la reconciliación entre los vascos.
Es, por tanto, tiempo de silencio y espera. Cuando las armas se vayan para siempre, tocará reconocer al otro como diferente, acercarse sin prejuicios a su personal sufrimiento y reconstruir algunos valores esenciales que, durante estos largos años de plomo, se han difuminado en la sociedad vasca. Y mientras tanto, ¡todos a callar!
Pablo aporta un artículo de interés sobre el tema
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