miércoles, 29 de agosto de 2012

Bhutan, un país emboscado


Escondido en un rincón de los Himalayas, encajado entre dos grandes colosos: India y China. Algo más pequeño que Suiza. 
Tan inaccesible como para no haber sido conquistado nunca por potencias extranjeras, hoy Bhutan pretende abrirse al mundo y mejorar las duras condiciones de vida de sus habitantes sin perder sus señas de identidad, su modo de entender el mundo, sus tradiciones y sus convicciones. Por eso evita el turismo masivo que pueda poner en peligro el orden natural que le caracteriza.
Bhutan quiere seguir siendo distinto y personal en el universo global al que ya pertenece desde su aceptación en la ONU, allá por los años setenta. Tanto es así que su Rey –para sus súbditos, compasivo y sencillo- acuñó, para medir el bienestar de su joven estado, el término “felicidad nacional bruta”, en contraposición al desalmado PIB que retuerce los cerebros globales del resto del planeta.


Druk Yul (la Tierra del Dragón; así ha sido llamado Bhutan durante siglos) es un país emboscado entre nieblas eternas y barrancos imposibles, por los que descienden desde las cumbres de los Himalayas ríos poderosísimos. Un inmenso bosque virgen de musgos milenarios, en el que cuando menos lo esperas, entre la solemnidad de una naturaleza abrumadora, aparecen enganchados en la bruma viejos monasterios construidos en inverosímiles parajes. O pequeñas casas de armónicos colores con pinturas en las paredes exteriores: animales salvajes, monstruos mitológicos, falos enormes que llaman a la fecundidad…
El 65% de los 600.000 bhutaneses se dedica a la agricultura y a la ganadería de subsistencia. El 35% restante o es funcionario o monje o trabaja en la escasas industrias del país, básicamente relacionadas con la energía hidroeléctrica. La potencia de sus ríos es la fuente de las divisas necesarias para las importaciones más imprescindibles y para desarrollar el embrión de estado del bienestar que la monarquía y el gobierno pretenden para su pueblo. 
Objetivo que depende sobre todo de las comunicaciones. De la construcción de carreteras que salven con paciencia, sin prisa, los descomunales desniveles de su endemoniada orografía para vencer el aislamiento secular de sus desperdigadas poblaciones sin destruir el extraordinario medio natural y la gran biodiversidad que lo caracteriza. La búsqueda del “camino intermedio" budista, donde todas las criaturas vivas puedan encontrar la armonía, no permite otro tipo de opciones. 


Porque Buda es el sustento de Bhutan. Y Bhutan, el ultimo Shangri La, el mítico paraíso budista. Esa filosofía y esa religión lo inundan todo, desde la Constitución recientemente aprobada hasta los omnipresentes rodillos y banderas de oración o las letanías que cualquier guía estatal pronuncia en cada estupa o pagoda antes de iniciar la pertinente información al viajero. Y esa es la razón por la que los peces viven seguros en los torrentes y todavía quedan en los bosques pandas rojos, leopardos de las nieves y tigres sin que nadie los cace o los pesque.
Así quiso que fuera este país el segundo Buda, el Guru Rinpoche, que a lomos de un tigre alado llegó en la octavo centuria desde el Tibet a meditar en sus montañas. Sus enseñanzas y las de sus seguidores siguen siendo la base del conocimiento que reside en los libros que los jóvenes monjes recitan y cantan ritualmente una y otra vez, al ritmo de  trompetas y tambores budistas en los coloridos monasterios escuela en los que crecen, viven y mueren.
Bhutan es muy distinto a los estados que le rodean en el Sur de Asia. Es tan tranquilo y pacífico que puede parecer aburrido. El stress urbano, el agobio de la explosión de vida que desborda las urbes de su vecina India, no existe en su capital, Thimpu. Allí, una de las pocas ciudades de tamaño medio del país, los coches todavía son una anécdota. La gente pasea con tranquilidad por calles sin apenas semáforos ni vociferantes bocinas, vestidos en su mayoría con el traje nacional, una especie de kimono de color claro que en los hombres llega hasta la rodilla –gho- y en las mujeres hasta los tobillos –kira-.
La arquitectura es elegante y característica. Tanto la reciente, con edificios que nunca superan las tres alturas, como la antigua: los majestuosos Zhongs, fortalezas encaladas que protegen en su interior templos, conventos y oficinas donde desarrollan su labor monjes, funcionarios, jueces... Estructuras únicas en el mundo, reconstruidas una y mil veces después de los sucesivos incendios que periódicamente queman las maderas nobles con las que los edificios interiores se construyen.
A Bhutan la televisión no llegó hasta el año 2000 y a día de hoy sólo cuenta con un pequeño aeropuerto internacional de una única pista. Pero la amabilidad y la cortesía de los bhutaneses suplen la ausencia de infraestructuras. Esa es la argamasa con la que quieren construir un turismo sostenible, alejado de la masividad y los tópicos de la oferta en los países del entorno. El crecimiento en Bhutan no se entiende como la acumulación de bienes, sino como el vehículo para aumentar el bienestar de las gentes. Al menos por ahora.


El escarpado terreno sólo permite el cultivo de unas pocas hortalizas y tubérculos que junto al queso elaborado con la leche de los yak que abundan en las provincias del norte, constituyen la base de la monótona dieta del país. Todavía la tasa de alfabetización no llega al 50%, pero todos los niños tienen derecho a una educación bilingüe que siempre incluye el inglés. Y todos los ciudadanos a una sanidad cubierta en su integridad por el estado, ya sea en los pequeños hospitales del país o, si resulta necesario, en hospitales hindúes con todos los gastos pagados. Con ello esperan que la actual expectativa de vida, en torno a los 63 años, aumente mucho en las próximas décadas. Para conseguirlo, el actual gobierno de Bhutan ejemplifica para los pequeños países en desarrollo, una buena y juiciosa utilización de las ayudas de los organismos internacionales: ONU, UNESCO… Con gran presencia y actividad en el país.
Y para el visitante quedan la serenidad y el misterio de sus tierras inexploradas, de sus 7000 todavía no conquistados y apenas visibles por escasos instantes entre las nieblas eternas, de las terroríficas máscaras de los bailes rituales que saludan a las lunas nuevas, los amuletos que defienden de la multitud de demonios que pueblan el mundo -algunos enterrados bajo la estupas desde tiempos inmemoriales-… Y sobre todo el inolvidable ascenso al Monasterio Taktshang (el Nido del Tigre), colgado de una roca a 3.500 de altura. Allí el cielo y la tierra se confunden y el sonido de la letanía de los monjes hace que el tiempo se pare y el sueño de la vida eterna parezca más cercano que en ningún otro lugar del mundo. Bhutan: joven, distinto, virgen, enigmático y bello.



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