Escondido en un rincón de los Himalayas, encajado entre dos
grandes colosos: India y China. Algo más pequeño que Suiza.
Tan inaccesible
como para no haber sido conquistado nunca por potencias extranjeras, hoy Bhutan
pretende abrirse al mundo y mejorar las duras condiciones de vida de sus
habitantes sin perder sus señas de identidad, su modo de entender el mundo, sus
tradiciones y sus convicciones. Por eso evita el turismo masivo que pueda poner
en peligro el orden natural que le caracteriza.
Bhutan quiere seguir siendo distinto y personal en el universo
global al que ya pertenece desde su aceptación en la ONU , allá por los años
setenta. Tanto es así que su Rey –para sus súbditos, compasivo y sencillo-
acuñó, para medir el bienestar de su joven estado, el término “felicidad nacional
bruta”, en contraposición al desalmado PIB que retuerce los cerebros globales
del resto del planeta.
Druk Yul (la Tierra del Dragón; así ha sido llamado Bhutan
durante siglos) es un país emboscado entre nieblas eternas y barrancos
imposibles, por los que descienden desde las cumbres de los Himalayas ríos
poderosísimos. Un inmenso bosque virgen de musgos milenarios, en el que cuando
menos lo esperas, entre la solemnidad de una naturaleza abrumadora, aparecen enganchados
en la bruma viejos monasterios construidos en inverosímiles parajes. O pequeñas
casas de armónicos colores con pinturas en las paredes exteriores: animales
salvajes, monstruos mitológicos, falos enormes que llaman a la fecundidad…
El 65% de los 600.000 bhutaneses se dedica a la agricultura y
a la ganadería de subsistencia. El 35% restante o es funcionario o monje o
trabaja en la escasas industrias del país, básicamente relacionadas con la
energía hidroeléctrica. La potencia de sus ríos es la fuente
de las divisas necesarias para las importaciones más imprescindibles y para
desarrollar el embrión de estado del bienestar que la monarquía y el gobierno
pretenden para su pueblo.
Objetivo que depende sobre todo de las comunicaciones. De la construcción de carreteras que salven con paciencia, sin prisa, los descomunales desniveles de su endemoniada orografía para vencer el aislamiento secular de sus desperdigadas poblaciones sin destruir el extraordinario medio natural y la gran biodiversidad que lo caracteriza. La búsqueda del “camino intermedio" budista, donde todas las criaturas vivas puedan encontrar la armonía, no permite otro tipo de opciones.
Objetivo que depende sobre todo de las comunicaciones. De la construcción de carreteras que salven con paciencia, sin prisa, los descomunales desniveles de su endemoniada orografía para vencer el aislamiento secular de sus desperdigadas poblaciones sin destruir el extraordinario medio natural y la gran biodiversidad que lo caracteriza. La búsqueda del “camino intermedio" budista, donde todas las criaturas vivas puedan encontrar la armonía, no permite otro tipo de opciones.
Porque Buda es el sustento de Bhutan. Y Bhutan, el ultimo
Shangri La, el mítico paraíso budista. Esa filosofía y esa religión lo inundan
todo, desde la
Constitución recientemente aprobada hasta los omnipresentes
rodillos y banderas de oración o las letanías que cualquier guía estatal
pronuncia en cada estupa o pagoda antes de iniciar la pertinente información
al viajero. Y esa es la razón por la que los peces viven seguros en los
torrentes y todavía quedan en los bosques pandas rojos, leopardos de las
nieves y tigres sin que nadie los cace o los pesque.
Así quiso que fuera este país el segundo Buda, el Guru
Rinpoche, que a lomos de un tigre alado llegó en la octavo centuria desde el Tibet a meditar en sus montañas. Sus enseñanzas y las de sus seguidores
siguen siendo la base del conocimiento que reside en los libros que los jóvenes
monjes recitan y cantan ritualmente una y otra vez, al ritmo de trompetas y tambores budistas en los coloridos
monasterios escuela en los que crecen, viven y mueren.
Bhutan es muy distinto a los estados que le rodean en el Sur
de Asia. Es tan tranquilo y pacífico que puede parecer aburrido. El stress
urbano, el agobio de la explosión de vida que desborda las urbes de su vecina
India, no existe en su capital, Thimpu. Allí, una de las pocas ciudades de
tamaño medio del país, los coches todavía son una anécdota. La gente pasea con
tranquilidad por calles sin apenas semáforos ni vociferantes bocinas, vestidos en
su mayoría con el traje nacional, una especie de kimono de color claro que en
los hombres llega hasta la rodilla –gho-
y en las mujeres hasta los tobillos –kira-.
La arquitectura es elegante y característica. Tanto la
reciente, con edificios que nunca superan las tres alturas, como la antigua:
los majestuosos Zhongs, fortalezas
encaladas que protegen en su interior templos, conventos y oficinas donde
desarrollan su labor monjes, funcionarios, jueces... Estructuras únicas en el
mundo, reconstruidas una y mil veces después de los sucesivos incendios que
periódicamente queman las maderas nobles con las que los edificios interiores
se construyen.
A Bhutan la televisión no llegó hasta el año 2000 y a día de
hoy sólo cuenta con un pequeño aeropuerto internacional de una única pista.
Pero la amabilidad y la cortesía de los bhutaneses suplen la ausencia de
infraestructuras. Esa es la argamasa con la que quieren construir un turismo
sostenible, alejado de la masividad y los tópicos de la oferta en los países
del entorno. El crecimiento en Bhutan no se entiende como la acumulación de
bienes, sino como el vehículo para aumentar el bienestar de las gentes. Al
menos por ahora.
El escarpado terreno sólo permite el cultivo de unas pocas
hortalizas y tubérculos que junto al queso elaborado con la leche de los yak
que abundan en las provincias del norte, constituyen la base de la monótona dieta
del país. Todavía la tasa de alfabetización no llega al 50%, pero todos los
niños tienen derecho a una educación bilingüe que siempre incluye el inglés. Y
todos los ciudadanos a una sanidad cubierta en su integridad por el estado, ya
sea en los pequeños hospitales del país o, si resulta necesario, en hospitales
hindúes con todos los gastos pagados. Con ello esperan que la actual
expectativa de vida, en torno a los 63 años, aumente mucho en las próximas
décadas. Para conseguirlo, el actual gobierno de Bhutan ejemplifica para los
pequeños países en desarrollo, una buena y juiciosa utilización de las ayudas
de los organismos internacionales: ONU, UNESCO… Con gran presencia y actividad
en el país.
Y para el visitante quedan la serenidad y el misterio de sus
tierras inexploradas, de sus 7000 todavía no conquistados y apenas visibles por
escasos instantes entre las nieblas eternas, de las terroríficas máscaras de
los bailes rituales que saludan a las lunas nuevas, los amuletos que defienden
de la multitud de demonios que pueblan el mundo -algunos enterrados bajo la estupas desde tiempos inmemoriales-… Y
sobre todo el inolvidable ascenso al Monasterio Taktshang (el Nido del Tigre),
colgado de una roca a 3.500 de altura. Allí el cielo y la tierra se confunden y
el sonido de la letanía de los monjes hace que el tiempo se pare y el sueño de
la vida eterna parezca más cercano que en ningún otro lugar del mundo. Bhutan: joven, distinto, virgen, enigmático y bello.
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