
El modus operandi, el mismo que en los años ochenta: pagarés sin solvencia, con rentabilidad muy superior a la del mercado, y trasvase de dinero de unas empresas a otras. El dinero ajeno expuesto a las tempestades y el propio a buen recaudo pase lo que pase. Caja única con eslabones financieros colocados en paraísos fiscales para, como hacen los trileros, esconder la pasta y engañar a Hacienda y a los ingenuos inversores.
Ingenuos y “listillos” del dinero fácil. O “creyentes” que comparten el fundamentalismo religioso y político de Ruiz Mateos. No será por no haberles avisado. Hasta siete veces la CNMV alertó de las prácticas “atípicas” en la Nueva Rumasa. Incluso llegó a cambiar la ley “ad hoc”. Pero los tramposos encontraron de nuevo la trampa, sustituyendo los pagarés por ampliaciones de capital en algunas empresas del holding.
Cuentan de una mujer que al quedarse viuda y recibir una indemnización de 80.000 euros, la entregó a Don José María para que se la multiplicara. Como en la parábola de los panes y los peces. El timo de la “estampita” (nunca mejor dicho) o el del “tocomocho” en la era de Internet. El santo varón nos dice ahora que “devolverá hasta el último euro y de no conseguirlo, se pegará un tiro si su fe se lo permite”. Por supuesto que no lo hará. Y tampoco devolverá el dinero, bien protegido en el opaco paraíso fiscal de las Antillas Holandesas.
Sepulcros blanqueados, creo que así se les llama en cristiano a este tipo de personajes. Un sainete más, si no fuera por los 10.000 empleos que pueden perderse. Y por la sospecha de que la tramoya empresarial del hombre de la abeja, haya podido contar con financiación preferente en alguna de las grandes entidades bancarias de este país. De esas que ahora le niegan a las pymes solventes el crédito para sobrevivir.
Pasaron los años y los ochenteros actores de la tragicomedia española de las finanzas, parecían retirados en sus cuarteles de invierno. Alguno asomaba de vez en cuando el morro, pontificando sin pudor sobre la honradez ajena en las cavernas de la nueva televisión digital. Pero, tarde o temprano, la cabra vuelve a aparecer en el monte.
Para sumarse en el paisaje patrio del esperpento a los nuevos protagonistas de los últimos capítulos de “La escopeta nacional”. Una pena que Berlanga se nos fuera antes de contar en imágenes los diálogos telefónicos de Camps y “el bigotes” -alter ego de José Sazatornil-: amigos del alma, amores de huevo, espléndidos regalos, bodas de postín con los capos engominados… Argumentos calcados a los de la genial película coral “Todos a la cárcel”, único Goya del fallecido director valenciano.
Modus operandi de libro, historias flagrantes que con frecuencia se acaban difuminando en los tribunales de justicia o pretenden blanquearse en las urnas, con la complicidad más o menos forzada de algunos líderes políticos, deudores de no se sabe bien qué. Grotescos personajes que, sin esperar a dilatados veredictos, deberían recibir de los ciudadanos el mayor de los desprecios. Para que, al menos, la cara -llena o no de botox- se les caiga de vergüenza.