sábado, 30 de junio de 2012

Murió el Solitario George


LOS QUE LE CONOCIMOS QUEREMOS RECORDARLO HOY CON CARIÑO. ESTE ES EL ARTÍCULO QUE ESCRIBÍ HACE 3 AÑOS. ¡OJALÁ QUE A NINGUNA ESPECIE MÁS DE LA FAZ DE LA TIERRA LE OCURRA LO MISMO! 

Estaba a punto de caer el sol, cuando pude verlo recortando su perfil en el horizonte rojo. Estiró el cuello muy lentamente, como si la eternidad le perteneciera. Después lo giró y se quedó observando el lugar donde yo me encontraba. Sus ojos centenarios parecían serenos. En ellos no percibí signos de dolor o de drama. Eran tristes, desde luego, pero para nada reflejaban su infinita soledad, rodeada de innumerables miradas.
Hace ya 30 años que lo encontraron, casualmente, en su isla, hambriento y seguramente desesperado. Una isla de nombre evocador: La Pinta.
Nadie sabe con certeza su edad ni a cuántos de los suyos vio morir antes de ser evacuado. Por eso es difícil aventurar el tiempo que le queda de vida. Quizás 50 años, o puede que cien. Probablemente muchos más que a la mayoría de los que le estábamos mirando en ese atardecer de julio. Sin embargo, George arrastra el terrible peso de ser el último de su especie. Detrás de él no quedará nadie. En la Fundación Charles Darwin, en la isla de Santa Cruz de las Galápagos, pasará el resto de su días solo, sin la compañía de congénere alguno. Cuando muera, su especie habrá desaparecido de la faz de la tierra.
Fausto Llerena, su cuidador desde que llegó a la Fundación, cree que, en ocasiones, llora en silencio bajo su enorme caparazón. Como uno se imagina que lloran las tortugas gigantes.
Nadie sabe tampoco por qué medio llegaron aquellas dos cabras a La Pinta, pero si que un tiempo después la isla estaba poblada por estos inesperados visitantes que se comieron la poca hierba que nace en las grietas de la lava y las preciadas hojas de los pequeños árboles que de ella surgen. Las cabras, con sus patas delanteras, se alzan más y mejor que las tortugas, aunque éstas hayan evolucionado sus caparazones, en las islas más áridas, en forma de galápagos o “sillas de montar” para permitir la mayor extensión posible del largo cuello. La cuestión es que los chivos acabaron con el sustento de los hermanos de George. Esa fue la causa del extraño final de la Geochelone abigdoni, una de las 14 especies de tortugas terrestres gigantes que llegaron a poblar las Galápagos. Ahora sólo quedan 11. Diez, cuando muera George.
Chocante nombre, de difícil explicación. Alguien lo bautizó de esta manera pensando en George Gobel, un actor cómico americano ya fallecido, que se presentaba a sí mismo como “el solitario”. Y así se le sigue llamando. En fin, aleatoria y poco afortunada ocurrencia. Lo mismo que la de adjudicarle un harén con dos tortugas hembra procedentes de Isabela, una isla cercana a la suya, con cierta similitud genética pero a simple vista más pequeñas y con notables diferencias morfológicas. Durante años George no les hizo ni caso. Es más, de vez cuando su presencia le incomodaba y conseguía enfurecerlo. Hasta el año pasado no despertaron en él ningún deseo de cópula a pesar del entusiasmo y la esperanza de algún científico que incluso ensayó rocambolescas maniobras de excitación sexual para el solitario George. Finalmente, quizás para que le dejaran tranquilo, una de las hembras fue fecundada, pero los huevos, como era previsible, no fueron adelante.
Nunca olvidaré la mirada y los movimientos serenos y altivos del último superviviente de una especie cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. ¡Larga vida, en todo caso, “Solitario George”! ¡Fue un placer conocerte!

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