Todos los datos, todas las noticias, orientan a que el nuevo gobierno continuará, en lo esencial, con la misma política económica que el anterior: la reducción del déficit público a toda costa hasta el 3% del PIB en 2013. Aunque en ello, como con toda probabilidad ocurrirá, nos dejemos otros cientos de miles de puestos de trabajo. A día de hoy, no se contempla otra opción, a juzgar por la unanimidad europea -por no llamarle pensamiento único- del pasado fin de semana.
Ningún cambio, por tanto, más allá del discurso. Lo que antes era una España intervenida ahora se vende como nuestra aportación a la salvación de Europa, donde, como Arenas afirmó hace unos días, ya se nota la resolutiva presencia de Rajoy. De igual modo, en los programas de la TDT en los que hasta hace poco se anunciaba la catástrofe, se deslizan eslóganes, antes de cada corte publicitario, en los que se convoca a la ciudadanía a trabajar para levantar a la nación. Eso es lo único que cambia: el mensaje y el tono de la comunicación política.
O sea, un cambio pírrico. Y también, un flagrante insulto a la inteligencia. Sólo la estrategia de permanente desgaste electoral efectuada por el PP en las dos anteriores legislaturas, burda pero eficaz, explica que la concertación de los dos grandes partidos estatales ante los grandes temas de estado no haya sido posible antes, cuando era, al menos, tan necesaria como ahora. Y que sea tan fácil cambiar de táctica en tan poco tiempo. Sin coste alguno.
Y conviene ponerlo ahora sobre la mesa, aunque parezca baladí, para evitar que ese modelo se convierta en moneda común en la política española para siempre jamás. Antes de que la frágil memoria colectiva del país lo disuelva en su pozo sin fondo, con los ciudadanos tragando con todo si se les presenta de forma conveniente, como Pedro Arriola y su taller de nueva cocina de partido bien saben hacer.
Todo esto con independencia de los errores e insuficiencias del PSOE, sobre las que ya han corrido ríos de tinta y que, sin duda, han favorecido y potenciado este tipo de estrategias tan poco edificantes. Carencias que, por otra parte, son hoy motivo de reflexión prioritaria en los círculos de la izquierda, siempre atentos a la crítica “constructiva”, aunque menos aficionados a la construcción propiamente dicha.
Vendrán medidas contradictorias, obligadas por la volatilidad y profundidad de la crisis económica global, pero ya no se llamarán improvisaciones y ocurrencias, serán agilidad en la toma de decisiones ante las cambiantes circunstancias. Subirá el paro, pero durante largo tiempo se explicará por la terrible herencia recibida. Llegará una nueva reforma laboral, pero ya no se medirá por la creación de empleo, sino por su intrínseca necesidad en los tiempos que corren.
Todo esto está muy bien, pero alguien tendrá que preguntar alguna vez al nuevo gobierno por lo que hará para incentivar la actividad económica. Será necesario conocer cúal es el modelo productivo que propone, cuáles son las prioridades reales en el recorte del gasto y si estarán basadas en el interés de la gente o en los equilibrios políticos locales y territoriales… Rajoy y su partido disponen para gestionar de 7 de cada 10 euros que los españoles aportamos al erario público. Entre otras cosas por eso, están obligados a responder en tiempo y forma a las preguntas que se les formulen. Esperemos que lo hagan.
Mientras tanto, Feijóo pasa sus últimas mañanas con ZP. Sin él al otro lado, se hará más visible su falta de enfoque económico global y de proyecto de futuro para Galicia, escondidos hasta ahora en el enemigo exterior y en el simple rigor presupuestario. Puede que alguien, desde la colaboración y la exigencia, le pregunte algún día por sus promesas, compromisos y resultados. Y ese alguien, si llega, será una buena noticia en el pesado silencio que se avecina.
Ningún cambio, por tanto, más allá del discurso. Lo que antes era una España intervenida ahora se vende como nuestra aportación a la salvación de Europa, donde, como Arenas afirmó hace unos días, ya se nota la resolutiva presencia de Rajoy. De igual modo, en los programas de la TDT en los que hasta hace poco se anunciaba la catástrofe, se deslizan eslóganes, antes de cada corte publicitario, en los que se convoca a la ciudadanía a trabajar para levantar a la nación. Eso es lo único que cambia: el mensaje y el tono de la comunicación política.
O sea, un cambio pírrico. Y también, un flagrante insulto a la inteligencia. Sólo la estrategia de permanente desgaste electoral efectuada por el PP en las dos anteriores legislaturas, burda pero eficaz, explica que la concertación de los dos grandes partidos estatales ante los grandes temas de estado no haya sido posible antes, cuando era, al menos, tan necesaria como ahora. Y que sea tan fácil cambiar de táctica en tan poco tiempo. Sin coste alguno.
Y conviene ponerlo ahora sobre la mesa, aunque parezca baladí, para evitar que ese modelo se convierta en moneda común en la política española para siempre jamás. Antes de que la frágil memoria colectiva del país lo disuelva en su pozo sin fondo, con los ciudadanos tragando con todo si se les presenta de forma conveniente, como Pedro Arriola y su taller de nueva cocina de partido bien saben hacer.
Todo esto con independencia de los errores e insuficiencias del PSOE, sobre las que ya han corrido ríos de tinta y que, sin duda, han favorecido y potenciado este tipo de estrategias tan poco edificantes. Carencias que, por otra parte, son hoy motivo de reflexión prioritaria en los círculos de la izquierda, siempre atentos a la crítica “constructiva”, aunque menos aficionados a la construcción propiamente dicha.
Vendrán medidas contradictorias, obligadas por la volatilidad y profundidad de la crisis económica global, pero ya no se llamarán improvisaciones y ocurrencias, serán agilidad en la toma de decisiones ante las cambiantes circunstancias. Subirá el paro, pero durante largo tiempo se explicará por la terrible herencia recibida. Llegará una nueva reforma laboral, pero ya no se medirá por la creación de empleo, sino por su intrínseca necesidad en los tiempos que corren.
Todo esto está muy bien, pero alguien tendrá que preguntar alguna vez al nuevo gobierno por lo que hará para incentivar la actividad económica. Será necesario conocer cúal es el modelo productivo que propone, cuáles son las prioridades reales en el recorte del gasto y si estarán basadas en el interés de la gente o en los equilibrios políticos locales y territoriales… Rajoy y su partido disponen para gestionar de 7 de cada 10 euros que los españoles aportamos al erario público. Entre otras cosas por eso, están obligados a responder en tiempo y forma a las preguntas que se les formulen. Esperemos que lo hagan.
Mientras tanto, Feijóo pasa sus últimas mañanas con ZP. Sin él al otro lado, se hará más visible su falta de enfoque económico global y de proyecto de futuro para Galicia, escondidos hasta ahora en el enemigo exterior y en el simple rigor presupuestario. Puede que alguien, desde la colaboración y la exigencia, le pregunte algún día por sus promesas, compromisos y resultados. Y ese alguien, si llega, será una buena noticia en el pesado silencio que se avecina.
La crítica constructiva es necesaria.Hay muy poca autocrítica.Así que sin una cosa ni la otra, no se va a construir nada que atraiga a las personas desafectas.Los partidos deberían darse cuenta de que nada de lo que hace su aparato escapa a la visión de la gente.Digan lo que digan.Se ven sus movimientos, sus intereses, sus mezquindades y también sus aciertos... pero así como la Derecha no se preocupa porque su gente le será fiel mientras crea a salvo sus intereses, la Izquierda se desalienta cuando no ve reflejados sus valores en la conducta, no de los grandes líderes, sino de los miembros del aparato de sus partidos.Y su dinámica no siempre es alentadora.Y la gente se va o pasa.El empecinamiento en en mantenella y no enmendalla es muy desafortunado.Tristemente.
ResponderEliminarCierto María Jesús. La derecha, como Mourinho, tiene mirada de tubo: sólo ve lo que le interesa. Por eso es tan brutal y eficaz en la oposición y tan poco generosa en el gobierno.
ResponderEliminarLa izquierda en cambio, en el mundo actual, tiene la mirada desparramada entre las conviciones, los intereses y los valores. Así es dificil construir. Por eso cuando alcanza el poder se le pone cara de derecha y le dan palos por todos los lados. Por los enemigos y por los amigos. Solo un fuerte liderazgo, menos paternalismo bienpensante y mucha pedagogia basada en valores puede salvarle entonces de la crispación y el deguello que siempre impone la derecha opositora.