Mejor que ninguna otra epoca del año, la Navidad marca los tiempos de la vida, las edades del hombre. Así que para la mayoria, la Navidad es, sobre todo, la casa familiar en la que de niño se está, de joven se vuelve y de mayor se espera la llegada de los que un día se fueron para vivir en plenitud en otro lugar. Por Navidad se extraña más aún a los que nos han dejado para siempre. En algunas aldeas y ciudades de Galicia se guarda siempre un lugar en la mesa de Nochebuena para tenerlos más cerca. Dicen que la memoria pervive mientras alguien que nos conoció intenta recordarnos. Después llega el olvido.
Pero todos -seguro que también los ausentes- sentimos la Navidad como un período gozoso del año en el que los hogares se adornan con árboles, belenes, luces y con las coronas de adviento verdes y rojas que se cuelgan en las puertas.
La Navidad tiene nieve en el hemisferio norte y calor de verano en el sur. Pero es, en esencia, la misma. Un tiempo de fogones, olores y sabores de infancia. Irrepetibles en su excelencia por otras manos cocineras que no sean las de la madre o la abuela: el pavo asado, el cordero, el besugo, la lombarda, el cardo, la pularda, la escudella, los canelones de San Esteban, la coliflor, el capón de Villalba, la zurrucutuna, la lechona rellena de Baleares, el bacalao en sus mil preparaciones, el cochinillo, el pollo del caserío, las pepitorias de Andalucia, el marrano colombiano, los romeritos de México, las picanas bolivianas, las hayacas, el arroz con gandules de Puerto Rico… Distintos en cada continente, en cada país, en cada casa... Con ese particular toque de distinción que los caracteriza. Y que reconocemos al instante aunque hayan pasado años.
Y con las mesas llenas, a todas horas, de dulces pecaminosos, de peladillos, turrones, polvorones, mazapanes, ponches, coquitos, almendras, tembleques, galletas de gengibre, alfajores, majaretes, rusos, feos, Panettones, Panfortes, mielarros, Christmas pudding...
Todos estos y muchos más -seguro que cualquiera de vosotros puede añadir alguno a la lista- son platos, guisos y postres típicos de las comidas y las cenas navideñas. Aunque no podemos olvidar que, no hace mucho tiempo, la Nochebuena era fecha de vigilia. De las muchas que el año tenía.
Pero de esos misterios dolorosos que tanto nos costó memorizar en su día, gracias a la modernidad y al sentido comun de las gentes, ya poco queda en la Navidad de hoy. Que, sin embargo, conserva tradiciones más paganas, como el divertido “caganer” de los belenes catalanes, el evocador “tizón de Nadal” de Otero Pedrayo, las piñatas de barro de América en las que los niños rompen con palos los siete pecados capitales, o el muérdago britanico que se coloca en lo alto para que las parejas que se detengan debajo puedan besarse “sin pecado” una y otra vez… Y tantas otras historias y costumbres navideñas que nos hacen sonreir cuando, apagadas las luces de la Pascua, vuelve la normalidad a nuestras vidas.
Porque la Navidad, antes de llamarse así, fue durante siglos nada más que el solsticio de invierno, el periodo del año con los días más cortos, el Yule de los celtas, el momento en el que la rueda del mundo está en su punto más bajo preparada para subir de nuevo. La Navidad, también un tiempo de esperanza. Que ustedes la disfruten.
Pero todos -seguro que también los ausentes- sentimos la Navidad como un período gozoso del año en el que los hogares se adornan con árboles, belenes, luces y con las coronas de adviento verdes y rojas que se cuelgan en las puertas.
La Navidad tiene nieve en el hemisferio norte y calor de verano en el sur. Pero es, en esencia, la misma. Un tiempo de fogones, olores y sabores de infancia. Irrepetibles en su excelencia por otras manos cocineras que no sean las de la madre o la abuela: el pavo asado, el cordero, el besugo, la lombarda, el cardo, la pularda, la escudella, los canelones de San Esteban, la coliflor, el capón de Villalba, la zurrucutuna, la lechona rellena de Baleares, el bacalao en sus mil preparaciones, el cochinillo, el pollo del caserío, las pepitorias de Andalucia, el marrano colombiano, los romeritos de México, las picanas bolivianas, las hayacas, el arroz con gandules de Puerto Rico… Distintos en cada continente, en cada país, en cada casa... Con ese particular toque de distinción que los caracteriza. Y que reconocemos al instante aunque hayan pasado años.
Y con las mesas llenas, a todas horas, de dulces pecaminosos, de peladillos, turrones, polvorones, mazapanes, ponches, coquitos, almendras, tembleques, galletas de gengibre, alfajores, majaretes, rusos, feos, Panettones, Panfortes, mielarros, Christmas pudding...
Todos estos y muchos más -seguro que cualquiera de vosotros puede añadir alguno a la lista- son platos, guisos y postres típicos de las comidas y las cenas navideñas. Aunque no podemos olvidar que, no hace mucho tiempo, la Nochebuena era fecha de vigilia. De las muchas que el año tenía.
Pero de esos misterios dolorosos que tanto nos costó memorizar en su día, gracias a la modernidad y al sentido comun de las gentes, ya poco queda en la Navidad de hoy. Que, sin embargo, conserva tradiciones más paganas, como el divertido “caganer” de los belenes catalanes, el evocador “tizón de Nadal” de Otero Pedrayo, las piñatas de barro de América en las que los niños rompen con palos los siete pecados capitales, o el muérdago britanico que se coloca en lo alto para que las parejas que se detengan debajo puedan besarse “sin pecado” una y otra vez… Y tantas otras historias y costumbres navideñas que nos hacen sonreir cuando, apagadas las luces de la Pascua, vuelve la normalidad a nuestras vidas.
Porque la Navidad, antes de llamarse así, fue durante siglos nada más que el solsticio de invierno, el periodo del año con los días más cortos, el Yule de los celtas, el momento en el que la rueda del mundo está en su punto más bajo preparada para subir de nuevo. La Navidad, también un tiempo de esperanza. Que ustedes la disfruten.
FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS AMIGOS DEL BLOG
En la foto, una preciosa piñata de barro mexicana para que los niños la rompan en Navidad y sobre sus cabezas caigan los regalos y la alegria.
Que el Espiritu de la Navidad os sea propicio. Felices Fiestas.
ResponderEliminarPara los que nos quedamos en Logroño Navidad es entre otras cosas el reencuentro festivo con los que estáis fuera. Cuando vengáis nos volveremos a poner los espumillones y los gorros y nos echaremos unos bailables.
ResponderEliminarNos vemos pronto.
Besos y gracias por el regalo de este blog.
Yolanda
Felicidades y gracias a vosotros por hacer que este blog esté vivo. Nos vemos pronto, tanto como el año que viene.
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