Me gustan las corridas de toros. De muy joven aprendí a reconocer sus códigos, su rito, su belleza. Buenos maestros me enseñaron a mirarlas. Esa suerte he tenido. Gracias a ello he disfrutado en la plaza momentos inolvidables de plenitud estética. Sin embargo, hace tiempo que he renunciado a convencer a nadie de su valor y contenido. En innumerables ocasiones ha salido el tema en conversaciones con amigos. Sobre todo con los nacidos en lugares de escasa tradición taurina. Hubo tiempos en los que fui proselitista y me fajé en las discusiones. Pero ya estoy convencido de que es un debate circular que no lleva a nada. El que no lo ve, no lo verá por mucho que el otro se esfuerce.
Por eso la historia de estos días en el Parlamento de Cataluña ya me la conozco. Es absolutamente inútil. Los argumentos de los defensores y los abolicionistas son los mismos de siempre. Todos respetables, pero inamovibles desde la víscera y el alma que son quienes operan en la fiesta de los toros. Por encima de la razón. Para amarla o para considerarla un burdo espectáculo bárbaro y sádico. Una pena, eso sí, la rídicula politización del tema que han iniciado los nacionalistas catalanes y a la que se ha incorporado, en un nuevo alarde de oportunismo, Esperanza Aguirre representando al otro nacionalismo: el español. Los toros no pertenecen a nadie, son patrimonio de quien pueda y quiera apreciarlos. Como los bellos paisajes, las obras de arte, los vinos o la música. Por ejemplo.
En cualquier caso me gustaría aprovechar la coyuntura para pedir al menos el beneficio de la duda para los taurinos. No somos unos sádicos que disfrutamos con la contemplación del sufrimiento. Tampoco lo fueron Lorca, Goya, Picasso o Miguel Hernández que encontraron en los toros, sensaciones, colores, expresividad… Y supieron describir la armonía del encuentro entre el animal y el torero desde la entrega de ambos en el escenario de la vida y la muerte. Siguiendo las reglas y los códigos estéticos que han ido destilándose a lo largo de la historia de los pueblos europeos meridionales.
Las corridas no son una tradición como en estos días se ha escuchado. Son cultura elaborada, compleja y profunda. Lorca decía que "la fiesta de los toros es la más culta que hay en el mundo". Reúne todas las condiciones para ello. Está representada en el arte y la literatura. Tiene un lenguaje propio que aporta magníficas expresiones de uso coloquial y sentido figurado que utilizan incluso los que desconocen o desprecian la tauromaquia: “ver los toros desde la barrera”, “dar una larga cambiada”… Y tantas otras que han enriquecido a lo largo de los años nuestro idioma.
Los taurinos sabemos, como dijo El Gallo, que “tiene que haber gente para todo”. Pero entendemos que no conviene prohibir una afición que garantiza una forma de vida ligada al campo, a la ganadería y a un tipo de actividad comercial y económica del que viven muchas familias. Y permite la supervivencia de una especie como el toro bravo, sólo posible desde la crianza por y para la fiesta que algunos disfrutamos. En Madrid, Pontevedra, el sur de Francia… Donde se pueda. Esperemos que también en la Monumental de Barcelona y si es posible con José Tomás en el cartel. O sea, que no hace falta que discutan ni legislen. Sólo si desaparece la afición, se acabarán las corridas. Tan sencillo como eso.
Por eso la historia de estos días en el Parlamento de Cataluña ya me la conozco. Es absolutamente inútil. Los argumentos de los defensores y los abolicionistas son los mismos de siempre. Todos respetables, pero inamovibles desde la víscera y el alma que son quienes operan en la fiesta de los toros. Por encima de la razón. Para amarla o para considerarla un burdo espectáculo bárbaro y sádico. Una pena, eso sí, la rídicula politización del tema que han iniciado los nacionalistas catalanes y a la que se ha incorporado, en un nuevo alarde de oportunismo, Esperanza Aguirre representando al otro nacionalismo: el español. Los toros no pertenecen a nadie, son patrimonio de quien pueda y quiera apreciarlos. Como los bellos paisajes, las obras de arte, los vinos o la música. Por ejemplo.
En cualquier caso me gustaría aprovechar la coyuntura para pedir al menos el beneficio de la duda para los taurinos. No somos unos sádicos que disfrutamos con la contemplación del sufrimiento. Tampoco lo fueron Lorca, Goya, Picasso o Miguel Hernández que encontraron en los toros, sensaciones, colores, expresividad… Y supieron describir la armonía del encuentro entre el animal y el torero desde la entrega de ambos en el escenario de la vida y la muerte. Siguiendo las reglas y los códigos estéticos que han ido destilándose a lo largo de la historia de los pueblos europeos meridionales.
Las corridas no son una tradición como en estos días se ha escuchado. Son cultura elaborada, compleja y profunda. Lorca decía que "la fiesta de los toros es la más culta que hay en el mundo". Reúne todas las condiciones para ello. Está representada en el arte y la literatura. Tiene un lenguaje propio que aporta magníficas expresiones de uso coloquial y sentido figurado que utilizan incluso los que desconocen o desprecian la tauromaquia: “ver los toros desde la barrera”, “dar una larga cambiada”… Y tantas otras que han enriquecido a lo largo de los años nuestro idioma.
Los taurinos sabemos, como dijo El Gallo, que “tiene que haber gente para todo”. Pero entendemos que no conviene prohibir una afición que garantiza una forma de vida ligada al campo, a la ganadería y a un tipo de actividad comercial y económica del que viven muchas familias. Y permite la supervivencia de una especie como el toro bravo, sólo posible desde la crianza por y para la fiesta que algunos disfrutamos. En Madrid, Pontevedra, el sur de Francia… Donde se pueda. Esperemos que también en la Monumental de Barcelona y si es posible con José Tomás en el cartel. O sea, que no hace falta que discutan ni legislen. Sólo si desaparece la afición, se acabarán las corridas. Tan sencillo como eso.
Foto de cosecha propia en la plaza de Pontevedra, este verano.
Si, chechu, os debates circulares son estériles. Son antitaurino, pero o teu artigo está moi ben
ResponderEliminarOle, Ole y Ole. No hya nada más que añadir al tema, salvo reiterar que mientras haya afición -y la hay, y mucha, también en Cataluña- habrá toros. Y que duren.
ResponderEliminarFerrericola
Me resulta difícil decantarme por una postura antitaurina o taurina, aunque estoy más cerca de la postura antitaurina, no porque se mate al toro sino porque para nivelar las fuerzas entre la bestia y el hombre, hay que torturar al toro. Lo que no comparto para nada es que los antitaurinos criminalicen a los taurinos, entre la amplia gama de comportamientos de explotación, abuso y extinción que mantenemos la especie humana con las especies animales, el toreo no me parece de lo peor.
ResponderEliminarBSS. Yolanda
O tema antitaurino, mellor dito a loita contra o maltrato animal ( ainda que se disfrace de espectaculo e beleza) non é algo que sexa patrimonio dos "nacionalistas" nen por no mesmo plano aos "nacionalistas catalanes con Esperanza Aguirre" sexa un exercicio de moita reflexión pois a ninguén se lle escapa que a "festa dos toros" (mellor dito dos aficionados e toureiros) ten sido o estandarte dos militantes da "una, grande e libre", pero bueno eso é outro debate.
ResponderEliminarNeste tema defendo que os que queiran ir as corridas e disfrutar co "espectaculo" que vaian pero que os cartos públicos non se adiquen a promocionar nin subvencionar os mesmos e que deixe de empregarse este ritual como "insignia das Españas" pois esta "España" ten moitivos máis positivos e plurais polos que significarse.
Ao marxe do debate partidario que ainda que sexa político hai que diferencialos, existe unha realidade de moitas xentes que o consideran unha aberración e unha falla de sensibilidade humana e a ese carro me apunto.
Abrazos. Luis
Amigo Luis. Nada de acuerdo con que los toros sean el estandarte de la España "una, grande y libre". Si lo han sido lo fueron a pesar de muchos taurinos. Y para su desgracia. Asesinados por esa consigna fueron Lorca y Miguel Hernandez. Exiliados como Picasso... Por supuesto que España tiene más cosas. Yo las entiendo también como propias. Hay tantas: desde los paisajes de Galicia, el galego, el euskera, los pintxos de Donosti, la fabada, el Barça, el flamenco, el Rioja, el camino de Santiago... Y también los toros. Todo esto lo entiendo como mi patrimonio. No como mi patria. No entiendo de patrias.
ResponderEliminarSin subvenciones, por supuesto. Como en todas las manifestaciones culturales o artisticas, si es posible. No pongo al mismo nivel a los nacionalistas catalanes y a Espe. Sólo digo que en este caso coinciden en nacionalizar (o desnacionalizar, es lo mismo) lo que nada tiene que ver con la nación: un hecho cultural que se pierde en el tiempo. No pasa nada si estamos en diferentes "bandos" en este tema. Eso es libertad de pensamiento. Y para ella, lo mejor es no prohibir. Si la fiesta tiene que morir, ya se morirá sola.
Yo soy antitaurino, aunque no demonizo a los pro, creo que hay cosas peores. Todos los que comemos carne tenemos que saber en qué condiciones están los animales de cría. Pero es totalmente subjetivo decir que es un arte el toreo, y que entra dentro de nuestra cultura. También sería la fiesta de los gallos en Nalda a los que les cortan la cabeza jinetes a caballo (no sé por qué la proíben y los toros no), los gansos en Lequeitio, los toros embolados de la España profunda, etc. Incluso alguien le verá la gracia a las peleas de perros o de gallos.
ResponderEliminarY se sigue llamando "la fiesta nacional", ¡hala¡, os fastidiáis los taurinos.
Luis, de logroño.
Amigo Luis de Logroño. Resulta que en el debate habeis participado al menos 3 Luises. Creo que estando de acuerdo con el caracter subjetivo de la cuestión, no es comparable el bagaje cultural en sentido amplio que la fiesta de los toros tiene en los pueblos del Meditarraneo con otros espectaculos que sólo son una tradicion más o menos bruta -sin ningún poso cultual que las avale- y que no va más allá de los pueblos donde se conserva (Lequeitio, Nalda...)
ResponderEliminar