Hace unos meses, una viñeta de El Roto mostraba a un militar que escuetamente decía: “nuestras tropas están en Afganistán para defender a nuestras tropas”. Es la aplastante lógica de la guerra, la historia interminable de la humanidad. Y en estos días, en los que las finanzas y la economía invaden nuestras vidas y nos nublan el pensamiento, es bueno recordar que sigue habiendo guerras en el mundo y que cada día mueren en ellas hombres, mujeres y niños.
Como siempre, el cine nos ayuda a encontrarnos con la realidad y algunas películas de la cartelera actual tratan sobre el tema. En los años dorados de Hollywood, los ejércitos buenos siempre acababan ganando a los malos. La llegada del “cinemascope” nos trajo títulos inolvidables de épicas batallas y hazañas bélicas. Los chavales de aquella época disfrutábamos con ese cine en sesión continua y, al salir, jugábamos a la guerra con soldados de plástico. Los matábamos sin piedad, para acto seguido recuperarlos y continuar jugando con ellos mientras llegaba la merienda de pan, mantequilla y chocolate. Así son los cachorros humanos. Hasta que les llega la dura madurez. El jóven Borges ilustra ese complicado momento de la existencia en su “Cuaderno de San Martín” cuando escribe: “yo era chico, yo no sabía nada de la muerte, yo era inmortal”.
Ahora, las películas de guerra son más diversas. Con frecuencia pretenden no tomar partido, aunque es dudoso que lo consigan. Kathryn Bigelow al rodar “En tierra hostil”, intenta escapar de cualquier reflexión política sobre la guerra de Irak y coloca su mirada digital sobre un guerrero moderno, el sargento artificiero James. Un tipo con una existencia sin horizonte para el que la guerra -como Baricco la define en su libro “Homero, Ilíada“- es “el punto de llegada de toda búsqueda y todo deseo”. Un adicto a las emociones fuertes frente a la mediocridad de lo cotidiano. Condenado a vagar por la violencia. Nada nuevo desde Ulises.
Muy diferente, “Ciudad de vida y muerte” del chino Lu Chuan, recupera el lenguaje de los clásicos para alcanzar, en un límpido blanco y negro, la potencia de las imágenes mostrando sin pudor el dolor absoluto, la indefensión de los vencidos, la bestialidad de los vencedores, la maldad, el arrepentimiento de los verdugos… Y la masiva violación de mujeres, víctimas olvidadas de las batallas perdidas o ganadas por los hombres. Un film que revela la brutal ocupación del ejército nipón de la ciudad de Nanking y narra la barbarie allí ocurrida, de forma deslumbrante y sobrecogedora. Majestuosa fotografía que presenta la guerra también desde su innegable componente estético. De nuevo “La Ilíada” como referente bélico universal.
Desde otra perspectiva, el cine actual también se enfrenta al olvido y a la impunidad en los desastres de la guerra. Roman Polanski en “El escritor”, sólo cambia los nombres para colocar a Tony Blair –e indirectamente a sus compañeros del “trío de Las Azores”- ante las mentiras de “las armas de destrucción masiva” y los miles de muertos de la guerra de Irak. Siguiendo esa estela, el británico Ken Loach ha estrenado en Cannes “Route Irish”, otra película sobre el mismo tema con imágenes reales de torturas y violaciones de las leyes internacionales.
Con todas sus caras expuestas sobre la pantalla, lo cierto es que la guerra, después de las terribles experiencias del siglo XX, se considera un mal a evitar. Parece que ha dejado de ser “el motor de la historia”. Pero todavía no es un mal absoluto. Por ello, siempre acaban apareciendo “nobles y justas” razones para justificarla y apoyarla. A veces, hasta le ponemos extraños nombres como Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF). Calculada ambigüedad en la nomenclatura, que no evita las muertes de civiles en los bombardeos. Otra guerra más. Otra barbarie.
Como siempre, el cine nos ayuda a encontrarnos con la realidad y algunas películas de la cartelera actual tratan sobre el tema. En los años dorados de Hollywood, los ejércitos buenos siempre acababan ganando a los malos. La llegada del “cinemascope” nos trajo títulos inolvidables de épicas batallas y hazañas bélicas. Los chavales de aquella época disfrutábamos con ese cine en sesión continua y, al salir, jugábamos a la guerra con soldados de plástico. Los matábamos sin piedad, para acto seguido recuperarlos y continuar jugando con ellos mientras llegaba la merienda de pan, mantequilla y chocolate. Así son los cachorros humanos. Hasta que les llega la dura madurez. El jóven Borges ilustra ese complicado momento de la existencia en su “Cuaderno de San Martín” cuando escribe: “yo era chico, yo no sabía nada de la muerte, yo era inmortal”.
Ahora, las películas de guerra son más diversas. Con frecuencia pretenden no tomar partido, aunque es dudoso que lo consigan. Kathryn Bigelow al rodar “En tierra hostil”, intenta escapar de cualquier reflexión política sobre la guerra de Irak y coloca su mirada digital sobre un guerrero moderno, el sargento artificiero James. Un tipo con una existencia sin horizonte para el que la guerra -como Baricco la define en su libro “Homero, Ilíada“- es “el punto de llegada de toda búsqueda y todo deseo”. Un adicto a las emociones fuertes frente a la mediocridad de lo cotidiano. Condenado a vagar por la violencia. Nada nuevo desde Ulises.
Muy diferente, “Ciudad de vida y muerte” del chino Lu Chuan, recupera el lenguaje de los clásicos para alcanzar, en un límpido blanco y negro, la potencia de las imágenes mostrando sin pudor el dolor absoluto, la indefensión de los vencidos, la bestialidad de los vencedores, la maldad, el arrepentimiento de los verdugos… Y la masiva violación de mujeres, víctimas olvidadas de las batallas perdidas o ganadas por los hombres. Un film que revela la brutal ocupación del ejército nipón de la ciudad de Nanking y narra la barbarie allí ocurrida, de forma deslumbrante y sobrecogedora. Majestuosa fotografía que presenta la guerra también desde su innegable componente estético. De nuevo “La Ilíada” como referente bélico universal.
Desde otra perspectiva, el cine actual también se enfrenta al olvido y a la impunidad en los desastres de la guerra. Roman Polanski en “El escritor”, sólo cambia los nombres para colocar a Tony Blair –e indirectamente a sus compañeros del “trío de Las Azores”- ante las mentiras de “las armas de destrucción masiva” y los miles de muertos de la guerra de Irak. Siguiendo esa estela, el británico Ken Loach ha estrenado en Cannes “Route Irish”, otra película sobre el mismo tema con imágenes reales de torturas y violaciones de las leyes internacionales.
Con todas sus caras expuestas sobre la pantalla, lo cierto es que la guerra, después de las terribles experiencias del siglo XX, se considera un mal a evitar. Parece que ha dejado de ser “el motor de la historia”. Pero todavía no es un mal absoluto. Por ello, siempre acaban apareciendo “nobles y justas” razones para justificarla y apoyarla. A veces, hasta le ponemos extraños nombres como Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF). Calculada ambigüedad en la nomenclatura, que no evita las muertes de civiles en los bombardeos. Otra guerra más. Otra barbarie.