domingo, 4 de julio de 2010

El chico del metro

Barcelona, hora punta en una de las líneas más transitadas del metro. Apenas queda sitio en el vagón para más viajeros. En una esquina, aprovechándola al máximo, un chico de unos veinte años, lee un libro ajeno al tumulto que le rodea. Absorto en un mundo propio e intransferible. Mientras le observo pienso que el acto de leer delimita para él un espacio íntimo, infranqueable, de su absoluta propiedad. Recuerdo haber tenido la misma sensación con otras personas leyendo, en los aeropuertos sin reparar en el trajín de las llegadas y las salidas, o tumbadas plácidamente en la arena de una playa atestada de bañistas.

Poco a poco el gentío, en las sucesivas paradas, fue desalojando huecos que, sin pretenderlo, me fueron acercando al chaval. En las paredes de las estaciones proliferaban los carteles publicitarios, buscando animar al consumidor con sencillos y directos mensajes. En las portadas de los periódicos de aquel día, los titulares no dejaban lugar a dudas. La línea de opinión sobre la noticia principal era clara y rotunda. En aquel vagón, el diálogo abierto y sin condiciones previas sólo habitaba en las páginas del libro que el chico leía.

Pensé también que no importa el lugar ni el entorno para quien se está formando en las palabras que lee, para quien construye un mundo propio apoyado en las diversas y cambiantes formas de organizar las frases que el escritor dispone. Todas las ideas que tenemos, todos los sentimientos que experimentamos están anclados en las referencias de alguien que nos precedió y supo contarlo. Todos somos producto de lo que leímos, vimos o escuchamos. Y somos mejores cuantos más territorios complejos y diversos hemos transitado. Miré al chaval y me pareció limpio y generoso. Su imagen, entre la marabunta despersonalizada de aquel no lugar, simbolizaba la esperanza frente a los dogmáticos que pretenden imponer desde la simplicidad, frente a los cínicos que ocultan su cobardía ridiculizando a los que pugnan por un mundo mejor, frente a los inquisidores de la pureza inmovilista...

La casualidad hizo que, despejada la masificación de las estaciones del centro de la ciudad, el chico y yo acabáramos sentados en asientos próximos. Con ello pude apreciar que estaba leyendo poesía. Nada más valiente que el ingobernable matiz del poema frente a la normalización de las palabras gastadas. Hay cosas de las que sólo se puede tener conciencia desde el lenguaje de la delicadeza.

Llegan días de vacaciones, viajes y libros para poder mirarnos desde fuera. Momentos de sosiego para recapitular. Cuando uno se aleja del escenario habitual, aunque no salga de su casa, ese recorrido le hace recuperar la justa medida de las cosas. Al menos de vez en cuando, conviene observar el yo desde el prisma del mundo. Al revés de lo que hacemos cada día. Al contrario de los que dicen estar de vuelta de todo: charlatanes aburridos capaces de pontificar con palabras huecas sobre lo divino y lo humano.

Viajar y leer, antídotos contra la prisa que hace que todo se mueva a nuestro alrededor mientras nosotros nos quedamos parados. Momentos para detenerse y observar: libros, paisajes, ciudades nuevas que nos empujan a despegar la máscara que usamos a diario para soportar la mirada del otro. En espacios donde nadie nos conoce y a nadie debemos seducir o conquistar, es más fácil caminar despacio. Y la lentitud del verano puede ser la profundidad de la que escapamos el resto del año.

Leer y viajar. Disfrutando del silencio. Encontrando gente con quien callar juntos, incluso en lugares tan ruidosos como el vagón de un metro.

9 comentarios:

  1. "Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora." Proverbio hindú

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  2. Un mundo sin libros.

    “Faber examinó el delgado rostro de Montag.
    -¿Cómo ha recibido esta conmoción? ¿Qué le ha arrancado la antorcha de las
    manos?
    -No lo sé. Tenemos todo lo necesario para ser felices, pero no lo somos. Falta
    algo. Miré a mi alrededor. Lo único que me constaba positivamente que había
    desaparecido eran los libros que he ayudado a quemar en diez o doce años. Así,
    pues, he pensado que los libros podrían servir de ayuda.
    -Es usted un romántico sin esperanza -dijo Faber- Resultaría divertido si no fuese
    tan grave. No son libros lo que usted necesita, sino alguna de las cosas que en un
    tiempo estuvieron en los libros. El mismo detalle infinito y las mismas enseñanzas
    podrían ser proyectados a través de radios y televisores, pero no lo son. No, no; no son libros lo que usted está buscando. Búsquelo donde pueda encontrarlo, en
    viejos discos, en viejas películas y en viejos amigos; búsquelo en la Naturaleza y
    búsquelo por sí mismo. Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde
    almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico
    en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos
    aspectos del Universo hasta formar un conjunto para nosotros.”

    De las pocas ocasiones en las que la película es tan buena como el libro: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y la película homónima de Francois Truffaut. Y para redondear el producto desde hace uno meses está la magnífica adaptación como novela gráfica (cómic) de Tim Hamilton (451 editores, 2010), con prólogo del propio Bradbury en el que explica la génesis del libro y propone el siguiente ejercicio:
    “Por último, me gustaría sugerir que todo aquél que lea esta introducción se tome un tiempo para escoger el libro que más le gustaría memorizar y proteger de cualquier censor o “bombero”. Y no solo escogerlo, sino dar las razones de por qué querría memorizarlo y del cual es el valor por el que debería recitarse y recordarse en el futuro.”

    http://www.youtube.com/watch?v=A0O608m5hOo&feature=related (una de mis escenas fetiche)

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  3. De nuevo superando al autor, JABG. Sólo hay que empujarte un poco y salen tantas cosas de tu chistera.
    Por plantearlo al revés me viene a la cabeza el titulo de la última de los Coen: "Quemar después de leer", película regular pero con la presencia de Tilda Swinton. Para mi, una actriz que llena todas las pantallas (El curioso caso de Benjamin Button, El ladrón de orquideas...) Y ahora "Io sono l´amore" de lo mejor que he visto ultimamente. En breve cuelgo algo sobre la película.

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  4. Gracias por el cumplido, pero el mérito es tuyo: tú creas la melodía y nosotros aportamos los armónicos.
    Con el cine de los Coen soy acrítico, todas me parecen de buenas para arriba. Los últimos 5 minutos de “Quemar después de leer”, con el diálogo entre J. K. Simmons (el jefe de la CIA) y David Rasche (el subordinado) valen el resto de la película:
    Simmons: "Y de todo esto... ¿qué hemos aprendido?"
    Rasche: "No lo sé..."
    Simmons: "Yo tampoco"
    Simmons: "En fin, supongo que no volveremos a hacerlo. Bueno... ¡no sé que hemos hecho!"

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  5. Gracias por el cumplido, pero el mérito es tuyo: tú creas la melodía y nosotros aportamos los armónicos.
    Con el cine de los Coen soy acrítico, todas me parecen de buenas para arriba. Los últimos 5 minutos de “Quemar después de leer”, con el diálogo entre J. K. Simmons (el jefe de la CIA) y David Rasche (el subordinado) valen el resto de la película:
    Simmons: "Y de todo esto... ¿qué hemos aprendido?"
    Rasche: "No lo sé..."
    Simmons: "Yo tampoco"
    Simmons: "En fin, supongo que no volveremos a hacerlo. Bueno... ¡no sé que hemos hecho!"

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  6. Una más sobre libros y piras.

    Aldous Huxley desafió a los hados escribiendo en 1947 un artículo que se titulaba “Si mi biblioteca ardiera esta noche”, en el que describía los libros que elegiría para repoblar su biblioteca en caso de un hipotético incendio. Quince años después, el 12 de mayo de 1961, su casa de Los Ángeles fue pasto de las llamas, llevándose por delante todos sus libros, gran parte de su correspondencia y valiosos manuscritos. Os transcribo el principio y el final de este artículo.

    “Si a mi biblioteca la destruyeran las llamas… afortunadamente para mí, nunca ha sucedido. Pero me he mudado de casa con suficiente frecuencia y he tenido suficientes amigos que me han pedido libros prestados como para formarme una idea bastante aproximada de la naturaleza de la catástrofe. Ingresar en la coraza de una habitación apreciada y encontrarla vacía, excepto por una gruesa capa de ceniza que una vez fue la literatura favorita de uno: el solo pensarlo es tétrico. Pero felizmente los libros son reemplazables, al menos la clase de libros que llenan los anaqueles de mi biblioteca. Carezco del espíritu del coleccionista y nunca me han interesado las primeras ediciones y las antigüedades. Sólo me preocupa el contenido del libro, no su forma, ni su fecha, ni el número en sus solapas. El fuego, los amigos y las mudanzas nunca podrán despojarlo a uno de nada que no pueda, como los hijos, camellos y mulas de Job, reemplazarse en su completa medida.”

    […] “¿Qué es lo que nutre mi mente, preguntas tú, en estos tiempos difíciles?” Una de las respuestas a la pregunta de Arnold, curiosamente inoportuna, sigue hoy siendo la misma desde que el hombre inventó el arte de la escritura: una colección de buenos libros.

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  7. Aldous Huxley, libros y situaciones comprometidas para leer (ej: un vagón de metro)

    Visto el poder de predicción de A. H., seguro que cuando escribió en 1925 el artículo “Libros para el viaje” ya sabía que alguien lo necesitaría en el futuro. Entresaco algunos de sus párrafos.

    “Todos los turistas acarician una ilusión, acerca de la cual no hay ningún caudal de experiencia que pueda curarlos. Imaginan que encontrarán el tiempo, en el curso de sus viajes, para leer muchísimo.
    […] Una larga experiencia me ha enseñado a reducir en una leve medida las dimensiones de mi biblioteca ambulante. Pero todavía hoy sigo siendo demasiado optimista acerca de mis capacidades de lectura mientras estoy de viaje. Además de los libros que sé que es posible leer, continúo agregando unos pocos volúmenes imposibles con la suave esperanza de que algún día, de algún modo, serán leídos.
    […] Las cualidades esenciales de un buen libro de viaje son las siguientes. Tiene que ser una obra de tal tipo que uno pueda abrirla en cualquier parte y estar seguro de encontrar algo interesante, completo en sí mismo y susceptible de ser leído en breve tiempo. Un libro que exige atención constante y esfuerzo mental prolongado no sirve para un viaje.
    […] Pocos libros de viajes son mejores que una buena antología de poesía en la que cada página contiene algo completo y perfecto en sí mismo.
    […] Igual que la poesía, bien adaptada a la necesidad del viajero se encuentra la colección de máximas y aforismos. Si son buenas –y deben ser realmente muy buenos, porque no hay nada más pavoroso que un <> enunciado por un autor que no tiene en sí los elementos de la grandeza- las máximas proveen la mejor de las lecturas. Lleva un minuto leerlas y proporcionan material sobre el que rumiar durante horas.”

    La última frase le va al pelo a tus artículos. ClNa U 2

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  8. En el último párrafo debería decir: no hay nada más pavoroso que un "Gran Pensamiento" enunciado...

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  9. Gracias por la devolución del cumplido. A este paso acabamos como Contador y Schlek en el Tourmalet.
    De acuerdo con A.H. en el optimismo antropológico de nuestra intensidad lectora vacacional. Yo también soy de los que llena la maleta y pasea libros por el mundo sin tiempo para leer más que una minoría.
    También de acuerdo en el gran valor de esas frases (como que no hay textos que uno debe subrayar y leer la frase subrayada de vez en cuando) o poemas que dan para "rumiar" una buena temporada.
    Con respecto a los libros quemados o censurados, no os perdais el delicioso artículo de fondo de Alberto Corazón, diseñador y creador de libros desde los años 60, fundador de Ciencia Nueva, en el que además de rememorar a Fraga como censor cerrándoles la editorial y referirse al odio a los libros del falangismo, describe su amor y su dedicación al armazón del libro y a su valor estructural. Un canto a los tipógrafos, linotipistas y obreros de las Artes Gráficas (en la CNT refundada en la transición existía ese sindicato). La referencia es EL DESEO DE HACER LIBROS: http://www.elpais.com/articulo/opinion/deseo/hacer/libros/elpepiopi/20100715elpepiopi_11/Tes

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