lunes, 28 de octubre de 2013

Futuro

Cada vez está más claro que esta crisis es irreversible. Nada será, al menos en Europa, ni parecido a lo que fue. Por eso, salir del túnel, tal como afirma una y otra vez el Gobierno, no tendrá la misma traducción para todos. Salir del túnel, remontar los malos datos macroeconómicos, será una excelente noticia sólo para unos pocos, los hoy llamados upperclass -los verdaderamente ricos-. Y en cambio, para grandes segmentos de la población -la mayoría de los jóvenes entre ellos- sólo será un empujón más hacia la rampante desigualdad que crece de día en día. 
Es evidente que las sociedades occidentales no necesitan el trabajo de todos -ni siquiera de la mayoría- para crecer. Tras la explosión de la burbuja inmobiliaria, nadie visualiza sectores productivos -por mucho que se hable de cambio de modelo- que necesiten mano de obra masiva y puedan proporcionar empleo a la gran bolsa de paro actual. Y lo que es casi tan malo, las empresas que tengan éxito sólo lo conseguirán aumentando su competitividad por la vía de la disminución de plantillas y de los bajos salarios, único modo de mejorar la oferta de sus homólogos orientales. O sea nos achinaremos cada vez más y ni aún así, seremos capaces de aumentar significativamente la empleabilidad. Es posible que disminuya algo el desempleo pero con la paradoja estructural del descenso paralelo de la población activa.
Habrá por tanto dos categorías laborales sin posibilidad de alcanzar, ni siquiera a largo plazo, una vida decente: los parados y los que, aún trabajando, no podrán vivir de su salario. Por tanto el paradigma de la necesidad de trabajar para poder vivir, habrá desaparecido en poco tiempo. Si es que no lo ha hecho ya.

También hay otros paradigmas secundarios que ya han caído en esta globalización que "nos mata" poco a poco. Hoy no es más rico el que mas posee. La propiedad no es sinónimo de riqueza. El dinero de verdad es etéreo, lo manejan los gestores de la información financiera que han conseguido -via parasitación o vía chantaje en sentido amplio- atar en corto a la política, única herramienta capaz de limitar su poder. 
Nadie pone en entredicho -los medios de comunicación forman parte del entramado de las nuevas élites- los obscenos rendimientos que algunos consiguen. ¿Alguien se cuestiona la pasta que gana un "buen" gestor de fondos y si ésta es proporcional a sus méritos? ¿Alguien compara hoy en día la renta de los que juegan en el casino financiero global con, por ejemplo, la de un buen científico o la de un empresario innovador? Sólo parece darse ese ejercicio de indignación comparativa -de barra de bar- con algunos deportistas de élite. En suma, salvo contadas excepciones -generalmente en el ámbito deportivo o del entretenimiento- la meritocracia y la excelencia -bases hasta ahora del desarrollo y el progreso de la humanidad-, no son caminos ciertos para elevar sustancialmente el nivel de renta personal. Un efecto llamada inverso a las nuevas generaciones para que prescindan del esfuerzo intelectual, salvo que éste conduzca al dinero rápido y fácil.
Otro paradigma en descomposición es el de las clases medias profesionales, que por ahora conservan con moderados decrecimientos su poder adquisitivo. Uno de sus objetivos vitales era la generación de un nicho económico familiar en el que el porvenir de sus hijos tuviera expectativas de cierta seguridad. Los cambios que esta crisis ha traído nos han demostrado que los salarios -generalmente públicos- de los que estas clases medias profesionales disfrutan, no son otra cosa que deuda diferida al futuro. O sea, la plusvalía es negativa y las futuras generaciones no disfrutarán en ningún caso de sus réditos y, por contra, se verán obligadas a financiar en los próximos años el coste de las retribuciones actuales de sus progenitores. Así que nuestros hijos y nietos no sólo vivirán peor que nosotros, sino que tendrán que pagar -no se bien de qué manera- lo que ahora disfrutamos.
Pero volvamos al tema fundamental, ¿alguien se está preguntando que queremos ser de mayores?, ¿está Europa pensando en adaptarse -sin arruinar su modelo social- a la globalización? Y si la conexión entre trabajo y supervivencia desaparece a marchas forzadas, si ya no será necesaria tanta mano de obra para nutrir las necesidades laborales de nuestras economías, ¿cómo haremos para procurar una vida digna, alejada del robo y la violencia, de los ciudadanos de nuestros países con independencia de si trabajan o no? ¿Hasta dónde podemos alargar el esfuerzo fiscal de los de siempre -sin tocar a los upperclass- y la deuda pública para mantener las "ayudas" sociales que hoy tenemos bailando en el filo de la navaja? ¿Estamos siquiera preparados para hablar de la separación entre trabajo y vida, sin marear la perdiz en cuestiones coyunturales y colaterales, como avestruces que esconden la cabeza en el ala y esperan -modelo Rajoy- que escampe, cuando la lluvia desde hace años no hace más que arreciar? ¿A alguien le quedan dudas de las consecuencias que, más temprano que tarde, tendrá la ausencia de una rápida respuesta a este problema ya estructural - sólo posible desde la desprestigiada política-? Que Dios nos coja confesados.

1 comentario:

  1. Como decía Benedetti:

    Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.

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