lunes, 28 de septiembre de 2009

Un fracaso colectivo


“Ninguna oposición llegó al gobierno ofreciendo sangre, sudor y lágrimas”, dice Cristóbal Montoro, responsable económico del PP. Seguramente por eso, su partido se limita a oponerse por sistema a cualquier propuesta del equipo de Zapatero y evita apostar por alternativas que generen rechazo social. Por la misma razón su plan de reformas, no modificado desde Abril a pesar de la cambiante coyuntura, es un conjunto de ideas genéricas e inconcretas salvo por la insistencia en bajar los impuestos y disminuir el gasto público. Sabiendo que es imposible, como lo ha sido en Galicia a pesar de estar en el programa de gobierno de Núñez Feijóo. O sea, sin decir la verdad. Apenas disimulando la satisfacción por cada nuevo dato negativo en la economía que creen les acerca más a la Moncloa.
Y ante una oposición inamovible y encantada de conocerse, un gobierno errático y falto de claridad –por tanto de credibilidad-. El miedo a poner sobre la mesa la dificilísima situación en la que nos hemos metido, sigue llevándole a confundir el deseo con la realidad. Según todos los indicios, la economía española no ha tocado fondo por mucho que lo repita ZP. Seguirá empeorando durante unos años más. Se gobierna con algunas ideas claras, concordantes con una política socialdemócrata de protección al desfavorecido y de mantenimiento de los servicios e inversiones públicas. Pero con demasiados errores y titubeos en la vertebración y comunicación de las medidas tomadas, reflejo del enorme temor a sufrir una sangría de votos si la verdad se expone sin tapujos. Con incoherencias estratégicas como disminuir el presupuesto para I+D+i cuando más falta hace. Con falta de decisión para implementar los necesarios cambios en las relaciones laborales que incrementen la productividad y favorezcan la contratación.
Ahora bien, después de afirmar que gobierno y oposición no están dando la talla, hay que decir que el verdadero problema no está ni en uno ni en otro. Está en que este país ha vivido largo tiempo en un prolongado espejismo económico que no se correspondía con la realidad y durante el que no se hicieron las reformas estructurales necesarias. Tampoco la sociedad, acomodada en el “boom”, las hubiera entendido. La consecuencia de no haber actuado a tiempo es que la tasa de paro va a estar durante varios años cerca del 20% y hasta la próxima década al menos, no se va a recuperar, ni de lejos, la situación del 2007. La construcción ya no podrá ser el motor de nuestra economía –aún hay un millón de viviendas por vender- y el necesario cambio de modelo productivo no aparecerá de la noche a la mañana. Con un agravante añadido: la mayor caída del empleo en los más jóvenes puede llevarles a ser, como definieron los expertos de la OCDE en su último informe, una “generación perdida”.
Y esta dolorosa verdad lo será gobierne quién gobierne. Tenemos un serio problema derivado del fracaso colectivo en cuanto a previsión de varias generaciones. Somos el fruto de lo sembrado: un país con grandes virtudes, pero con baja productividad laboral y escasa cultura de innovación y riesgo. No es, por tanto, una cuestión sólo de política económica: es algo más básico lo que entre todos debemos modificar.
En cualquier caso, determinadas decisiones en cuanto a gasto público y fiscalidad -todas discutibles- pueden ayudar si se acierta con el momento oportuno de tomarlas. Por eso, en base al reconocimiento compartido de la difícil situación, una realista “hoja de ruta” debe consensuarse al máximo entre gobierno y oposición para que genere confianza en los ciudadanos. Para fortalecernos en la complicada travesía del desierto que nos espera. Para poder pedir sangre, sudor y lágrimas a todos los españoles. Si fue posible en la lucha antiterrorista, también debe serlo en este problema de supervivencia de país. Convendría que esto fuera una exigencia de la sociedad civil. Si aún existe.

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