domingo, 14 de febrero de 2010

Las películas y la gente

Las películas son como las personas. Por eso hay que verlas sin prejuicios ni ideas preconcebidas. Y no fiarse de las apariencias. Porque el cine y la vida están tapizados de agradables sorpresas que pueden descubrirse a través de los sentidos, la razón o los sentimientos. Si se conserva la curiosidad y se deja la puerta de las emociones abierta.
Esta semana hemos podido ver en Ourense películas de estreno que contaban historias de personas. La de Nelson Mandela en el lineal y maniqueo “Invictus” de un irreconocible Clint Eastwood. O la de un poeta español atacado por una suerte de impostada obsesión sexual en “Luna Caliente” del antaño brillante Vicente Aranda.
O la de un tiburón de los recursos humanos en “Up in the air” de Jason Reitman, estimulante propuesta de cine moderno, joven e independiente. Con un mensaje de amargura y protesta ante el mundo desalmado que ha olvidado el mandato del Deuteronomio. Drama y comedia entrelazadas. Encantador George Clooney: elegante, seductor, maduro y sereno. Con una permanente sonrisa que marca la historia y convierte en tolerable –e incluso amable- la galería de seres humanos que aparecen, desgranando ante la cámara, su personal y contemporáneo drama del paro.
Un canto a la soledad acompañada de la postmodernidad. Y otro canto a lo contrario: a la dicha de compartir los días con seres tan imperfectos como tú mismo. Una película en la que las cosas no son ni malas ni buenas. Sino todo lo contrario. En la que las personas cambian, como en la vida, sin avisar. Seguramente sin la premeditación y alevosía que siempre buscamos cuando algo nos desagrada. Una historia con protagonistas que también son algo alegres y algo tristes. Sentimientos que surgen y luego se esconden en un Guadiana cinematográfico. Buenos consejos para sobrevivir en los “no lugares”: aeropuertos, hoteles... Guiños de “Lost in translation” y “El turista accidental”. Con un final sereno y respetuoso con el río de la vida. Una bienaventuranza compleja y amable de la que sales complacido.
Como sobrecogido sales de “The road” de John Hillcoat, fiel reflejo de la extraordinaria novela de Corman McCarthy. De nuevo la esencia del ser humano. En medio de la destrucción más absoluta, del paisaje más desolado, del profundo dolor, del hambre y el miedo, surje la bondad y la esperanza irreductible que habita en los hombres que aman. Despojados de todo, en medio del frío y la oscuridad, un padre y un hijo luchan, más allá del mero instinto de supervivencia, por la única vida posible: la de “los hombres buenos”. Sólo se tienen el uno al otro. El calor que se prestan en la intemperie de la noche interminable es el último “fuego” que queda en ese terrible mundo. Las caricias con las que se confortan son también las últimas caricias de un planeta gris y terminal. ¡Quién sabe por cual de las muchas apuestas de autodestrucción a las que desde hace décadas estamos apuntados! Su batalla acaba siendo poco a poco la tuya. El corazón y las manos pugnan desde la butaca del espectador por ayudar, por alertar a un magnifico Viggo Mortensen de los peligros que a cada paso surjen en la carretera que deberíamos evitar para salvarnos.
Era noche cerrada cuando salí del cine. Llovía y no había nadie en la calle. Por un momento pensé que la película seguía. Pero no. Al llegar a casa los míos dormían tranquilos y detrás de la ventana los edificios de la ciudad parecían intactos. A veces, las películas son como olas que te sacuden el alma para devolverte más tarde a la playa tranquila de esta parte de la realidad. Donde vive la gente.

2 comentarios:

  1. Cómo me ha gustado, me he quedado impresionada.

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  2. Gracias amiga anónima. Nada como el cine.

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