martes, 13 de abril de 2010

Civilizaciones

En Siria, allá por el siglo IV, un tipo llamado Simeón, cansado de las disquisiciones bizantinas que caracterizaban aquella época, decidió abandonar el mundanal ruido. Buscando el máximo aislamiento y ascetismo posibles subió a una columna de 3 metros que encontró en una inhóspita y apartada colina. Allí vivió sus últimos 40 años. Muy a su pesar, aquella radical decisión le acarreó una fama no deseada. Considerándole un santo, cientos de personas acudían cada día para pedirle su bendición, y él desde su humilde pedestal, los echaba con cajas destempladas. Pero, ni con ésas. Bajo la columna pasaron peregrinos de todo el mundo y mucha gente pía decidió emular al que luego fue San Simeón, encaramándose a pilares abandonados en cualquier montículo, decididos a pasar allí el resto de sus días. Esta efímera moda del mundo antiguo, antes de desaparecer en el olvido como le ocurre a todas las modas por muy santas que sean, dicen que llegó hasta Europa Central, donde las inclemencias climáticas hacían aún más penosa la práctica del duro “columnismo”. Luis Buñuel, en su genial “Simón del desierto”, basó en esta historia uno de sus mejores mediometrajes.
Así es Siria. Un cruce de caminos repleto de leyendas, de huellas de cuantas civilizaciones en la historia han sido. El carácter tranquilo, sabio, práctico, esencialmente tolerante, de los sirios no puede tener otro origen. Allí nació la escritura. Por allí pasaron egipcios, hititas, mesopotámicos, griegos, romanos… Conquistaron y fueron conquistados. Aprendieron y enseñaron. Escucharon y contaron. Allí Roma se hizo cristiana y sus templos paganos hicieron hueco a las basílicas bizantinas. El comercio del mundo antiguo tuvo su centro en los puertos de Siria y la Ruta de la Seda la convirtió en el nudo gordiano de Oriente y Occidente. Los cuentos de Sherezade en “Las mil y una noches”, ejemplo de los difusos límites entre la ficción y la vida, todavía se escuchan hoy en los cafés de Damasco leídas por los tradicionales cuentacuentos.
Ningún pueblo conoce mejor que el sirio el inmutable devenir de las civilizaciones: apogeo, crisis y decadencia. Pulsión de destrucción que cada orden nuevo siempre contiene en su seno para emerger más tarde o más temprano, con mayor o menor violencia. Siria sabe de “Eros y la civilización” tanto como Freud y Marcuse. Por eso todo se aprovecha. No importa la procedencia. Vale si sirve. El respeto al que compra y al que vende, al que pasa y al que se queda, trascienden allí religión y política desde los albores de la historia. Mezquitas e iglesias cristianas compartiendo espacios urbanos. Mujeres de riguroso velo y jóvenes vestidas con la modernidad más refinada. República laica en un país profundamente familiar y religioso. Complejidad que resiste mejor al fanatismo islámico que las naciones de su entorno…
Los ojos occidentales tendemos a considerar como bárbaro y retrasado todo lo que no corresponde a nuestra forma de vida. Cada sociedad, cada pueblo, tiene el ritmo de penetración para con los usos y costumbres de las nuevas civilizaciones que su historia y el lugar que ocupa en el mundo le permite y aconseja. Nadie debe violentarlo. Es suficiente con permitir que la suave lluvia del encuentro natural de viajeros y comerciantes sea el reposado catalizador de los cambios que puedan mejorar la vida de las gentes. Sin imposiciones ni choques.
Para terminar, permítanme que traiga a colación, al hilo de los viajes que nos abren los ojos, aquella frase de Antonio Gamero, genial actor de tantas películas españolas: “Como fuera de casa no se está en ningún sitio”. ¡Qué se lo digan a San Simeón!

2 comentarios:

  1. Un magnifico artículo, señor Chechu. ¿Qué recomendarías facer ANTES de ir a Siria de visita?
    Saudos cordiais

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  2. Estudiar historia, amigo anónimo. Y leer las mil y una noches...

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