viernes, 8 de enero de 2010

Epifanía

Anteayer fue el día de los Reyes Magos. No se preocupen, a estas alturas, no tengo intención de hablar de ellos. Además los magos no me gustan porque viven de los trucos. Y los reyes tampoco. Los reyes tienen súbditos, soldados, tronos… Figuras incompatibles con mi modo de entender el mundo. Por eso, en tal día como el de anteayer prefiero no ir a la cabalgata y hacer como Befana, la bruja buena de Belén de la tradición italiana, que ante la invitación de sus majestades para acompañarles al Portal, optó por declinar tanto honor y quedarse barriendo el polvo en su casa de bruja. O escuchar de nuevo a George Brassens cantando aquello de “en la vida pues, no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado”.
Total que ni de reyes ni de magos, desde mi personal república de la nueva década de los 10, hoy escribiré sobre la Epifanía, que también es la festividad de cada seis de Enero. Pero antes de entrar en ese poco utilizado concepto, quiero contarles que de pequeño, allá por los años sesenta, mis padres me regalaron para reyes un canario amarillo que cantaba como los ángeles. Yo entonces no sabía el significado de la palabra en cuestión, pero por aquello del almanaque le llamé Epifanio. No recuerdo bien qué razón me impulsó a hacerlo, pero a finales del primer mes de ese lejano año ya brumoso en la profundidad de la memoria, una mañana sin avisar a nadie abrí la puerta de la jaula y Epifanio voló para no volver nunca. Cosas de niños, supongo.
Epifanía es la manifestación súbita de la esencia o el significado de algo. Una revelación que, en un instante fecundo, nos hace ver la realidad con tal claridad que hasta la razón se pliega a la intuición incontestable que nos asalta de improviso. Es una experiencia individual y profunda, que puede marcar nuestras vidas o explicarnos incluso qué somos y para qué estamos en el mundo. Absolutamente personal e irreproducible, sólo puede entenderla quien la ha vivido.
Hay momentos epifánicos célebres como la revelación a Moisés de su bíblica misión en forma de zarza ardiendo en mitad del desierto. Y epifanías literarias clásicas como la magdalena de Proust, magnífica traducción en palabras de la realidad sensorial cuando trasciende al tiempo. Muchas personas en un momento concreto de su existencia, no siempre recordado más tarde, han visto claro que el camino de su vida pasaba ineludiblemente por ser bombero, médico, maestro o lo que sea. Otras cuentan que sólo con la primera mirada al hombre o mujer que acababan de conocer, supieron que sería su compañero o compañera para siempre. También determinadas decisiones pueden considerarse epifánicas: véase si no la del traumatólogo Heimlich, quien tras descubrir incidentalmente la efectividad de determinadas maniobras para salvar la vida de los atragantados, abandonó su trabajo habitual y dedicó el resto de su vida profesional a difundir esas maniobras por todos los EEUU.
Pero más allá de esas decisivas epifanías, todos vivimos con cierta frecuencia otras más pequeñas que no nos deben pasar desapercibidas. Por ejemplo, al leer un libro y descubrir en el relato que no somos justos con determinada persona o que deberíamos decirle más veces a alguien todo lo que le queremos. O al respirar la brisa en lo alto de la montaña y reconocer con serenidad lo pequeños que somos en la inmensidad de la naturaleza. O en esos momentos en los que sin saber por qué, nos asalta una sensación pasajera que parece ser la felicidad.
Por eso ahora, cuando vean a alguno sonriendo solo por la calle, no piensen que está loco. Puede ser que le haya llegado una alegre epifanía. Feliz año nuevo.

5 comentarios:

  1. Que bien escribes Chechu. Un placer leerte. No comento nada más porque ya me parece repetitivo el decirte que coincido, siempre casi plenamente y casi siempre plenamente, contigo.
    Un beso.

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  2. San Pablo quedo cegado por la luz y cayo al suelo, Moises fue el de la zarza ardiente, pero que más da eso es todo propaganda clerical fascista

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  3. "Mizu no kokoro" es una expresión japonesa que se usa para expresar el estado de ánimo tranquilo que permite a la mente una comprensión absoluta. En mi opinión, la epifanía conlleva un matiz de pasividad, pues la revelación siempre es externa, procede del exterior, mientras que en el budismo la revelación procede del interior del individuo. Mis felicitaciones por este estupendo rincón del cieberespacio.

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  4. Gracias amigo anonimo por tu aportación y la lúcida diferenciación entre la epifanía y la revelación budista. "Mizu no kororo", preciosa forma de expresar un estado de ánimo.

    Gracias tambien por la corrección de la zarza. y eso que yo soy de los que estudió Historia Sagrada.

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