
No hay, desde mi punto de vista, otro futuro que merezca la pena considerar que el que señala el final del trabajo que tenemos entre manos o del proyecto que nos está ilusionando. Nada más útil que centrarnos en lo concreto, en lo de cada día. En nuestro oficio. En lo que sabemos hacer como nadie o en lo que estamos aprendiendo para poder hacerlo después. Insiste Godard en su última película “Film socialisme” –más discurso que cine, por cierto-, en su persecución contra el ser y el estar y en su reivindicación del hacer. No le falta razón, sobre todo en estos tiempos de permanente espectáculo. De sofisticada ocultación entre la aparente transparencia globalizada.
Sólo recuerdo una campaña electoral en la que se trazaron caminos con fundamento para construir un país mejor y crear una ilusión de verdadero cambio. Fue la de Felipe González en el año 1982. Con la idea fuerza del “valor del trabajo bien hecho”. De absoluta vigencia a día de hoy, el último del 2010.
El trabajo bien hecho. El que se afronta con toda el alma. Con la pasión del que disfruta con lo que hace, del que ama el oficio que ha elegido o le ha tocado desarrollar. En suma, aquello que, descrito así para andar por casa, podríamos llamar productividad. Tan reclamada últimamente por los que dicen entender mucho de economía y poco saben de liderazgo social y político.
Todos conocemos gente a la que vemos disfrutar con su trabajo. Que hace las cosas como si fueran para él mismo y las entrega orgulloso a quién las recibe. Que se esmera en mejorar el producto de su labor, en explicarlo, presentarlo, venderlo… Hay gente de este tipo en cualquier ocupación: camareros, médicos, albañiles, oficinistas… Admirables por el amor propio que ponen en todo lo que tocan.
Por desgracia también hay otros, a veces a nuestro lado, que transmiten desgana y aburrimiento. Relojes que sólo esperan la campana de salida. Malhumorados, infelices, anclados en la protesta permanente. Para esos no hay futuro. Y para el país, lo habrá si los primeros se convierten en mayoría. Si son capaces de contagiar su entusiasmo y su generosidad. Sobre todo a los jóvenes que buscan modelos de vida que les permitan crecer con una base sólida bajo sus pies.
Así que, para el próximo año, a los dirigentes debemos pedirles valentía y cooperación, en vez de continuo enfrentamiento. Y a nosotros mismos, los ciudadanos, trabajar mejor, más y con todo el interés del que seamos capaces. Aunque cobremos algo menos. Emulando a los que se entusiasman con lo que hacen e ignorando a los vagos o ventajistas que puedan rodearnos. Con menos propósitos en el aire y más entrega en el quehacer del día a día. No hay otro modo de hacer futuro del presente. Ni otro camino que nos aleje de la decadencia y nos acerque al renacimiento. ¡Feliz año nuevo!